Recuérdame

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Cuando sus miradas se cruzaron, Britta sintió como el mundo se volvía a detener solo para ella y en ese lugar tranquilo solo estaban ellos dos. Se encontraba ese amor prohibido que tanto anhelaba.

Se despidió de Vincent con un beso en la mejilla pero este la atrajo a sus brazos para despedirse más efusivamente. Luego le abrió la puerta para que subiera al auto. Ella no podía más con su ansiedad; estaba demasiado nerviosa para siquiera poder mantener una conversación. Por suerte, y gracias al cielo, Simón adoptó el rol de parlanchín durante todo el regreso a casa. En un momento les comentó que Robert y Cristina habían llegado hace solo un par de horas.

– ¿Cómo llegó Cristina? – quiso saber Britta.

Un poco cansada, exclamó Simón. Tú sabes que odia mucho la ciudad y mientras más se acerca a ella el cansancio va aumentando, rió. Britta se alegró de oír eso y tímidamente le agradeció a Robert por haber traído a Cristina para su graduación. Este asintió, sin articular palabra alguna y solo dando miradas.

– Aunque Robert solo está de paso, Cristina aprovechó de viajar con él – comentó Simón.

– ¿De paso? – preguntó Britta, sin ser consciente que lo estaba diciendo en voz alta.

Simón no le tomó mucha importancia.

– Se terminaron mis últimos días como inquilino de la casa de lago, mencionó Robert.

No hubo respuesta, aunque el silencio incómodo solo duró un par de minutos más pues estaban muy cerca de casa. En cuanto llegaron Britta bajó corriendo del auto sin esperar mirar a Robert, ni darle tiempo a que él la mirará; más adelante ya tendría la ocasión de hacerlo, o quizás no. La chica abrió la puerta y encontró a su padre y a Cristina en la terraza de la casa, conversando. No dudó ni dos segundos para abalanzarse sobre su querida abuela, quien reaccionó muy emocionada por ese gesto.

– Por dios niña, tanto cariño – comentó en broma – ¿Cómo estás, princesa? –acariciándole el cabello – ¿Cómo estuvo la cita?

Britta, que en ese momento le había quitado un sorbo de bebida al vaso de su padre, se atragantó.

Julian la miró pero no comentó nada.

– Estuvo bien para ser mi primera cita – comentó, tomando otro sorbo de bebida.

No tuvo ni que levantar la mirada para sentir su presencia.

Cristina miró a los dos, aunque luego cambió el tema de inmediato.

– ¿Te ha gustado el regalo que te he traído? – comentó pícaramente Cristina.

Britta escupió la bebida, pensando si es que quizá se refería a Robert. Si efectivamente estaba en lo correcto, ¿qué pasaba con Cristina que lanzaba esa pregunta?

– ¿Cuál regalo? – preguntó para salir de dudas.

– Pues yo, mi princesa – rió.

Britta miró a su abuela y sonrió forzadamente. Iré a darme una ducha y bajaré en un momento, dijo. Antes de entrar a la casa, y en una fracción de segundos, fue testigo de aquella mirada profunda que atravesaba sus ojos y lo supo: había venido a decirle adiós.

Antes de entrar a la ducha se fumó un cigarrillo porque necesitaba pensar y creía que podía hacerlo mejor si fumaba, aunque sabía que esto era una mentira estúpida pero la ayudaba a calmar sus nervios en muchas ocasiones.

No podía creer que en su casa estuviera quien por dos meses le robó el sueño y el aliento. Solo ahí, a un par de metros de ella. No podía creer que hubiera llegado el mismo día en que ella pudo haber enterrado su recuerdo en otro chico, que dicho sea de paso, era una muy buena persona. Vincent no podía ser un idiota como lo había sido Tobias, pensó. Verdaderamente no quería herir a Vincent pero estaba muy segura que su amor no era tan fuerte como el que sentía por Robert. En el momento en que regresaban a casa había sentido que olvidaba cómo respirar; sentirlo cerca solo la hacía desearlo más, solo quería tocarlo y que él la tocara y besara. Era su última oportunidad, sabía perfectamente que esta sería la última vez que lo vería, que este sería el adiós definitivo.

Aquí conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora