Aquí conmigo

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Desear tanto algo nunca es tan significativo como cuando lo estás viviendo de verdad. Por mucho tiempo Britta pensó en cómo sería volver a besar esos labios que la habían dejado sin aliento en el pasado. Temía pensar mucho en ese recuerdo porque no quería gastar ese bello momento; no tenía fe de que volviera a suceder pero ahora estaba ocurriendo y no fue consciente de lo que estaba viviendo hasta que se percató que no era un recuerdo lo que sucedía, sino más bien la vida misma, pasando frente a ella.

Lo deseaba, no lo podía negar más. Sabía que estaba mal lo que hacía. Su abuela se encontraba en la habitación contigua y su padre abajo. Simplemente no debía pero toda su vida hasta ese momento había consistido en restringir sus propios deseos por temor al "qué dirán" y esta era su despedida. Ella lo sabía. Esos besos eran el adiós más grande que había experimentado hasta entonces y no dejaría pasar la oportunidad.

Por otro lado, Robert, sabía que si los descubrían jamás podría volver a ver a Britta; estaba arriesgando su honor y el de ella al estar besándola en la habitación de invitados, pero a la mierda, se dijo. La deseaba desde el primer momento que la vio en el pueblo con su horrible poleron rosado y su terrible perro. Se odiaba por desearla. Ella era joven, mucho más que él. Era un idiota, pensó. Estaba jugando con fuego pero le importaba muy poco a estas alturas. Se iría y solo dependía de la vida su regreso y sentía que necesitaba ese recuerdo con él para lograr sobrevivir. También sabía que debía dejarla libre pues era una estupidez proponerle un futuro. Ella era muy joven y tenía toda la vida por delante y él no podía impedirle un futuro brillante por su amor. Fue un estúpido al pedirle que no lo olvidara cuando dejó el sur por primera vez. Qué estaba pensando. Era una maldita adolescente y la deseaba, la deseaba tanto.

Su cuerpo era hermoso y poco a poco fue tocando cada parte de él. Si ella decía una palabra él pararía, pero Britta solo lo besaba más y más. Tomaba su cabello para atraerlo más hacia él, provocando grandes letargos de deseos. Hasta que no pudo evitarlo más y la llevó a la cama.

Sin entender muy bien qué pasaba con ella, Britta se encaramó arriba del cuerpo de Robert y comenzó a moverse al ritmo de sus caderas, sintiendo como provocaba más presión en los pantalones de pijama de él. Lo deseaba, lo necesitaba. Quería sentirlo.

Robert se trataba de controlar pero los movimientos de Britta lo estaban dejando absorto. Necesitaba tocarla y amarla como correspondía pero no podía, no en la casa de su padre.

– ¿Lo estoy haciendo mal? – preguntó Britta.

Robert la miró y quiso decirle todo lo contrario; no lo estaba haciendo mal, al contrario, lo hacía de maravilla, de tal manera que si no fuera tan racional ya la tendría bajo de él, gimiendo su nombre.

– Calla, no digas nada – y la comenzó a besar.

Le besó sus labios carnosos, su mentón y su cuello, provocando que Britta gimiera de deseo. Le besó cada parte de su pecho hasta llegar al pezón, el que se encontraba duro a la espera de ser lamido, y eso hizo él: lamerlo. Si Britta tenía un grado de cordura hasta ese momento, había dejado de existir.

Se levantó y se sacó la polera pues no le importaba nada, no se sentía incómoda de mostrar su cuerpo frente a Robert. Lo deseaba y él a ella por lo que no tenía nada que temer, y de hecho, ya no sentía miedo.

– Hazme tuya – dijo, para luego desnudarse completa frente a él.

– Te haré mía tanto como tú me hagas tuyo - tomándola nuevamente en brazos, la puso sobre la cama.

– Te he deseado desde que te vi por primera vez Britta y me lamento cada momento de mis días por querer hacerte eso – decía Robert, mientras la besaba.

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