Capítulo 55 ▪En el mismo mundo▪

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Sentí como las lágrimas amenazaban por escapar de mis ojos.

Me sentía triste, decepcionado.

¿Decepcionado de qué?

¿Y qué esperaba?

No lo sé.

Suspire pesadamente, cerré mis ojos con fuerza, dejando que las pequeñas gotas saladas comenzarán su recorrido por mis mejillas, finalmente terminando éste en mi barba.

Pasé saliva y ahogué un sollozo mordiendo mi lengua, tratando de tranquilizarme un poco, antes de subir a el avión.

Pasajeros de el vuelo 76 con destino a New York, Estados Unidos de Norteamérica, favor de abordar por la puerta A62.

Ese era mi vuelo.

Entregué rápidamente mi boleto a la aeromosa, sin siquiera haberle dedicado una gentil sonrisa.

Me sentía mal y no creo que alguien me pueda ayudar a dejar de sentirme así.

Lo único que sé es que, trataré de superarla, sin embargo, no me prometo nada a mí mismo.

Era doloroso el hecho de saber que todo había cambiado, para siempre.

Dolía.

Me dolió hasta el alma.

Automáticamente mis píes comenzaron a avanzar por su propia cuenta, como si ellos tuvieran su propia mente y fueran independientes a mí.

La gente dice que tu cuerpo no te controla, tú lo controlas a el. Pero, lo que ellos no entienden es que aveces simplemente haces las cosas por costumbre, sin pensarlo.

Me senté en la fila de la parte de atrás, donde el número estaba bordado en cada asiento en un cuadro azul marino con letras blancas, éste era de piel color beige, alto y algo angosto.

―¿Desea algo de comer, o de beber, señor? ―pregunto suavemente una aeromosa.

―No, gracias ―respondí levantando las comisuras de mis labios formando una ligera sonrisa.

―¿O prefiere un trago? ―preguntó riendo.

Rasque mi nuca nerviosamente.

¿Debería tomar?

Suspire, sintiendo como un hueco se formaba en mi estómago al pensar en todo lo que ellos harían juntos, todo lo que disfrutarían.

Le tenía envidia, a el Dr. Malik, él podría despertarse a su lado todos los días, él la abrazaría, la besaría, leería con ella, bailaría con ella, reiría, cocinaría con ella y podrían hacer guerras de comida, como nosotros lo hacíamos, pero lo que realmente más envidiaba que él tenía, tuvo y tendrá siempre será su amor.

Mi puño se cerró, sentí mi cara endurecer por las lágrimas ya evaporadas en ésta, ya que no tuve la molestia de limpiarlas cuando salían como una auténtica cascada, solo me recordaba más a ella.

―Una margarita no estaría nada mal ―articulé con una sonrisa.

Ella sonrió, sacó una copa, una botella de vidrio color verde y sirvió en ésta parte de el contenido azul, lo suficiente para llenar la copa de vidrio.

Me la dió lentamente, cuidando de que no se cayera la bebida alcohólica.

Sonreí ampliamente y tomé un poco de la copa, sintiendo como mi garganta se quemaba a medida que el líquido avanzaba.

Unas horas después ya no tenía el total control de mi cuerpo, solo sabía que ya había llegado a mi destino.

Aquí comenzaría desde cero mi vida; sin problemas, sin preocupaciones, sin límites.

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