Capítulo XVIII

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El miedo es un disfraz que paraliza, que te mantiene estático en un lugar e impide que avances hacia lo que buscas lograr.
El miedo se halla en aquel lugar de donde no se puede escapar, dentro de uno mismo.
Por momentos pareciera como si te diera tregua y te dejará en paz, pero siempre se hace presente cuando intentas avanzar.
La única forma de quitárselo es enfrentándolo.

Dan conocía a la perfección sus fines de semana y los miedos que lo perseguían esos días y solo podía pedir que las horas pasarán más rápido y que esos dos largos días acabarán.
Esta vez no podía contar con sus amigos, ellos no estarían en la ciudad por el fin de semana y sabia que ya no los podía usar como excusa para no enfrentar la realidad.
Se sentía extraño estar un sábado por la tarde en su casa, luego del entrenamiento camino lo más lento que sus pasos le permitieron pero de un momento a otro se encontraba en su casa.
El silencio reinaba en aquel lugar su madre zumbida en su cuarto, de su padre no sabía nada y aquella casa fría y solitaria parecía aún más grandes durante el día.

Nadie había ido a su casa desde que se mudaron, sus amigos nunca entraron y todo allí era tan diferente al ambiente que él experimentaba en otras casas, pensó en la casa de Sara como en ese lugar reinaban las risas y el murmullo ¿Cómo lo hacía? ¿Se atrevería a ser él así algún día?
A tener la fortaleza que veía desprenderse de Sara, él quería un poco de aquella calma, de aquella tranquilidad él quería trasladar a su casa todo lo que él experimentaba en la casa de Sara.

Dan estaba recostado sobre una de las paredes de la cocina cerca del refrigerador, observando hacia la nada mientras comía un emparedado como almuerzo, nadie estaba ahí con él, no había nadie a quien pudiera contarle cómo había sido su día, nadie que lo acompañará a sonreír o simplemente conversar.
Solo la soledad a su alrededor hacia acto de presencia, incluso podía escuchar el sonido del eco que producía al masticar el emparedado.

Por momentos el mismo silencio puede llegar a ser ensordecedor, pero ese silencio fue interrumpido por el sonido del timbre llenando el ambiente de la casa.
Dan dejo el emparedado en un plato y se dirigió hacia la puerta confundido, no recibían visitas y  ese timbre hacia mucho tiempo que no sonaba.
Giró el picaporte y la puerta se abrió haciendo que rechinara con un sonido particular.

-¿Y tus llaves?- cuestionó Dan, mientras una sonrisa se apoderaba de su rostro.

- Las perdí- Sam encogió los hombros restándoles importancia. Dan la dejó pasar pero su hermana se abalanzó sobre sus brazos provocando que él perdiera un poco el equilibrio pero al instante volvió a recuperarla. - Te extrañé- mormuro mientras su voz era aplacada por el brazo de su hermano.

- Yo también enana - Dan le devolvió el abrazo mientras cerraba los ojos y sonreía de felicidad, amaba a su hermana era la única que le ponía un poco de color a su estadía en casa las pocas veces que aparecía por ahí.

- ¿Cómo has estado?- cuestionó Sam, rompiendo el abrazo y observando a su hermano

- Bien.... ¿Qué hay de ti? ¿Qué estás haciendo aquí?- revolvió el cabello de su hermana, a ella le adornaba su mirar un par de ojos verde oscuro y su cabello castaño en rizos le llegaba al hombro definitivamente ella era como su madre.

- Lo de siempre...- tomaron camino hacia la cocina...- Vine por ropa pero también a verte- cada quince días Sam aparecía por su casa para lavar las ropas y llevarlas nuevamente hacia la casa de Zack su novio.

- Claro...- Dan volvió a tomar su emparedado y le dió un gran mordisco- ¿Quieres? - ofreció

- ¿A eso le llamas desayunar o almorzar?- cuestionó mientras caminaba hacia el lavadero.

- Almorzar...- Dan elevo la voz...- Desayuné hace más de cinco horas-

- Creí que al ser sábado te levantaría más tarde....- terminó de colocar las ropas en la lavadora y volvió a la cocina...

¡Y Si Decido Creer!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora