Capítulo 13

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Llego a clase y me siento en mi respectiva mesa. Estoy cansada, veo borroso y mis oídos no hacen por la labor de escuchar. Mis ojos pesan demasiado, cada vez me cuesta más mantenerlos abiertos. Al final ganan ellos la batalla y me quedo dormida encima del libro de historia.

Estoy en una habitación blanca acolchada. No me puedo mover, me han puesto una camisa de fuerza y no llevo zapatos. La habitación no tiene ventana, tan solo hay un pequeño hueco en la puerta cubierto de alambres con púas. Estoy en un manicomio, se supone, pero en vez de escuchar los delirios de los locos, escucho gritos de terror.
Oigo unas botas chirriando por el suelo y me asomo por la pequeña ventana de la puerta, se dirige hacia la sala donde estoy yo. Me da miedo que entre, no tengo nada para defenderme, ni si quiera mis propias manos que permanecen atadas a la espalda, pero yo no decido en los pensamientos de ese hombre que entra de todos modos haciendo un ruido espantoso al abrir la puerta.
Me coge sin ningún cuidado, no me deja ponerme en pie, me lleva casia arrastrando por el suelo. Vamos por un largo pasillo muy mal iluminado y que apesta a muerte. Las paredes tienen manchas de sangre por todas partes, camillas puestas sin ningún sentido en mitad del pasillo, mensajes de socorro y miles de ojos nos observan a través de las pequeñas ventanas de las puertas.

Entramos en una sala, allí el hedor es más fuerte que antes. Hay estantes por todas partes con grandes botes de cristal rellenos de líquido con órganos y diferentes extremidades. En el centro de la sala hay dos camillas una con instrumental quirúrgico y otra vacía con manchas de sangre. Es nauseabundo, ya no lo aguanto más y vómito.
El hombre que me ha sacado de mi celda me sitúa junto a un montón de cadáveres abiertos en canal o sin ninguna extremidad. Me obligo a mirar a otra parte.

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