P R Ó L O G O

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Horacio y Volkov cambian de cuerpo por un día a lo Freaky friday, es todo lo que sé. 

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— Quiero comida china.

Los presentes se giraron a ver a Conway con sorpresa. ¿Por qué quería comida? ¿Por qué china? ¿Por qué cerca de medianoche? Y, más importante, ¿Por qué cuando ya casi todos estaban bien entonados, casi borrachos?

Se habían ido a beber a casa de Volkov — como siempre, diría Greco —. Al comienzo solo habían salido Conway, Greco y Volkov, pero en el camino se habían sumado Horacio y Gustabo muy a pesar del dueño de casa, quien todavía no entendía por qué el superintendente seguía invitando a ese par de delincuentes a sus asuntos.

Había estado toda la noche ignorando a Horacio, aunque no había sido muy difícil, pues el de cresta, ahora celeste, pasaba de él. Quizás ya había sido suficiente humillación por una vida entera y no quería más problemas, pensaba el ruso sintiendo un dolor de cabeza terrible en el momento, mientras intentaba ganarle a lo que le ardía en las venas cada vez que el moreno hablaba con los demás, ponía canciones para los demás, reía con todos menos él.

Gustabo le había picado un par de veces, silencioso como la serpiente que era en realidad, pero se había controlado. De otro modo lo hubiera esposado y lo hubiera ido a dejar a comisaría él mismo, sin importar cuánto vodka tuviera en la sangre.

— ¿Volkov? — preguntó Greco. El aludido se dio cuenta de que todos lo miraban mientras él se encontraba con una mano en la cabeza, perdido en pensamientos nublados. ¿Cuándo habían pasado a prestarle atención, incluyendo eso a Horacio?

— ¿Qué pasa? — soltó, aturdido.

— Iremos al restaurante chino que está bajando unas cuadras de tu edificio, Gustabo dice que abren toda la noche — explicó el de barba. — No sabemos si quieres ir con nosotros o quedarte pensando en la vida eternamente.

El ruso frunció el ceño, fingiendo que no le pasaba nada.

— No sea payaso, hombre. Andando, voy por mis llaves — comandó.

Todos salieron en fila hacia afuera.

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Eran los más escandalosos de todo el restaurante. Bueno, los únicos en todo el restaurante. La familia oriental que atendía jamás había tenido clientes tan jodidos, pero habían captado al instante, con tan solo verlos, que eran policías, y que el de camisa blanca y gafas oscuras hasta de noche era el superintendente de la ciudad, así que les atendieron y ofrecieron todo lo que pidieron sin decir palabra.

¿A quién iban a llamar si había altercados si ya estaban allí?

Y los altercados sí comenzaron con un "inocente" comentario ebrio de Volkov al aire.

— Hay mucho retrasado en la ciudad, si, si — decía, con el vaso de vodka en una mano. Había bebido tanto que ni la comida le había devuelto un poco lo centrado que era cuando no tenía unos cuantos litros de alcohol en la sangre. Intentaba, en vano, ahogar en alcohol su dolor de cabeza y la presencia de Horacio esa noche en su vida otra vez. — Retrasados que se hacen los chulos vendiendo drogas, esos que no saben ni mentir en los interrogatorios, ¿Cierto, Greco?

— Hombre... — dijo Greco con cara de problemas, mirando alternadamente a todos los presentes en la mesa. No quería que la fiesta que habían comenzado tan bien acabara en un show de ostias. Eran las dos de la mañana, demasiado temprano para eso.

— Jo-der lo que te ha dicho, Horacio — Gustabo, sin embargo, metió mierda como un temerario. Quería ver sangre, si era posible, sobre todo entre esos dos "ex-novios".

Freaky friday || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora