epílogo

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En definitiva, todos somos diferentes, algunos de pequeños le tenían miedo a los fantasmas, algunos a la oscuridad, algunos los monstruos debajo de la cama y algunos le tenían miedo al agua, yo pertenecía a aquel grupo. El agua para mi era misteriosa, intrigante y hasta podía decir que despiadada, pero yo la respetaba, conocía el poder que ella tenía y pensaba que aquel no era lugar para mi. No era mucho de piscinas, ni de ríos, ni de playas, aunque claro que había visitado algunas, pero todo moría ahí, yo solo podía pasar 10 minutos en el agua y para dentro, para nada como ahora.

Sentada en el fondo del agua observaba poco a poco mi vida pasar y de alguna manera me sentía protegida en un lugar en el que tanto tiempo había tenido miedo, contaba al rededor de cuatro minutos y mis pulmones me exigían oxígeno, así que no me hice de rogar nadando hacia fuera sin apuros, casi podía sentir como el agua se llevaba todo el dolor, todos los males, las dudas, las incertidumbres, luego de tanto tiempo podía amar estar dentro del agua, pero aún la respetaba como cuando me atemorizaba.

Una suave sonrisa se creó en mis labios cuando vi a la mujer que se encontraba con una preciosa sonrisa agachada en frente de la piscina, luego de tantos años sus ojos no habían perdido la adoración con la que me miraban, como si fuese lo único en el planeta, como la cosa más bella que alguna vez miró y me preguntó si ella se daba cuenta de como la miraba. Aún seguía siendo irresistible, aún podía ponerme nerviosa bajo su mirada y sabía que aquello era algo que nunca cambiaría.

Llevaba un traje puesto aquel día, sus tacones que resonaban siempre por los pasillos de la casa, el del día de hoy era azul marino, demasiado entallado, demasiado de mi gusto, me encantaba como ese pantalón apretaba sus piernas como si no hubiese un mañana, su camisa blanca con unos cuatro botones desabotonados que permitían que cualquiera observara la perfecta y delicada forma de sus pechos, no la criticaba ni me molestaba, la psicóloga Lauren Jauregui era solo mía y aunque no era una propiedad me gustaba sentirlo de esa manera.

Sus ojos seguían brillando como desde la primera vez que los vi y seguían provocandome las mismas sensaciones, ella nunca dejaría de tener ese efecto en mi.

—¿Todo bien allá dentro, preciosa? —Me preguntó y su voz aterciopelada no dejaba de hacer que me erizase por completo. Nadé suavemente hacia el borde de la piscina bajo su mirada orgullosa y tomándome del borde me impulsé para darle un suave beso en los labios.

—Todo bien, pero sería perfecto si me hicieras compañía. —Le pedí y recibí una suave sonrisa como respuesta y un leve movimiento de cabeza.

—Me temo esposa mía que debería de ser para otra ocasión ya que vine a sacarte de tu palacio para decirte que las locas de nuestras amigas vienen en camino para almorzar y no hemos hecho nada. —Levantó la ceja suspicaz.

—Oh dios mío Lolo, se me olvidó por completo, ¿que he hecho? —Dije mientras le estiraba una mano para que me ayudase a salir del agua y rápidamente me dirigí a coger mi toalla para sacarme.

Ella todavía me seguía como un perrito faldero y yo lo amaba.

La piscina de la casa no se encontraba fuera, de hecho se encontraba dentro de la casa y está tenia una puerta corrediza transparente por la que podía ver el interior de la sala y fue cuando vi algunos cuadernos y lápices en el suelo.

—¡Sofi! —La llamé mientras la escuchaba cantar como loca en la planta alta.

—¿¡Si!? —Preguntó mientras abría la puerta y se asomaba, yo me amarré la bata y volteé a mirarla.

—Mi amor, ¿qué te he dicho de las cosas regadas? —Le pregunté pues era casi imposible para mi dejarla de tratar como a una bebé aunque ya fuese toda una mujer.

Heavenly Desire (camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora