C A P Í T U L O 8

1.9K 378 322
                                    

Salí de la agencia de envíos de donde retiré un paquete que mi prima Melina había enviado con unas figuras invaluables, tamaño miniatura, de las esculturas Flamingo (1974) y Flying Dragon (1975).

Esculturas que ahora acompañarían a Helen Wills (1927), A Universe (1934) y Untitle (1935).

Todas obras de Alexander Calder, uno de los escultores más influyentes del siglo XX y quizás el escultor abstracto más aclamado; famoso por su invención del móvil, una escultura abstracta que se mueve en respuesta al tacto o a las corrientes de aire aprovechando el principio de equilibrio.

Pero más importante, era uno de mis ídolos.

Comencé a jugar con las llaves de mi auto de camino al parking en el que estacioné, cuando un movimiento al otro lado de la calle llamó mi atención. Me detuve y miré con curiosidad, para notar que los hermanos de Stephen caminaban por la acera con algunas bolsas en las manos. Observé alrededor con la esperanza de encontrar a Stephen e intenté ocultar la desilusión que sentí cuando vi que solo estaban ellos.

Luego de pensarlo por un momento, tomé el coraje que no tenía para caminar hacia donde estaban. Miré a los lados, crucé la calle y aproveché que Alisson se detuvo frente a una tienda de cosméticos a detallar unos tintes para acercarme de la manera más casual que pude.

—¿Alisson? —Fingí asombro por verla allí cuando se incorporó en su lugar para verme—. ¡Wow, qué sorpresa!

—Que gusto verte, Michael. —Se acercó para golpear mi brazo de manera juguetona—. ¿Qué tal todo? —Me miró con picardía—. ¿Me estas siguiendo?

Reí con nerviosismo.

—Ya quisieras. —Alcé las bolsas con mis paquetes—. Estaba retirando unas cosas de la agencia de envíos. ¿Tú qué tal?

—Todo bien, no me quejo.

Un silencio incómodo se formó entre ambos y yo me sentí avergonzado por no encontrar las palabras adecuadas para pedirle lo que quería.

Mordí mi labio y decidí que era ahora o nunca.

—Lamento si esto suena raro o algo por el estilo. —Saqué mi teléfono y lo desbloqueé bajo su atenta mirada, que ahora mostraba interés—. Pero, ¿podrías darme el número de Stephen?

Ella pareció reaccionar ante la mención de su hermano y me miró con cautela mientras me estudiaba.

—¿Para qué quieres el número de Stephen? —sonó inquieta.

—Eh, ¿para charlar con él? —medio pregunté, inseguro por su reacción.

Negó un par de veces y esquivó mi mirada.

—Lo siento, Michael, pero no creo correcto dártelo sin su permiso. No quiero violar su privacidad.

Entendía su punto, era lógico que pensara de esa manera. Por ello, un sentimiento de orgullo me llenó al saber lo mucho que cuidaba y se preocupara por su hermano.

Sin embargo, aunque sabía que me veía como un cobarde pidiendo información de él a sus espaldas, no podía rendirme tan fácil.

—Te compro una dona. —Señalé la tienda a un par de pasos de donde estábamos—. Pero por favor, ayúdame con eso.

Me miró con indignación, no pudiendo creer que la chantajease, y luego se cruzó de brazos.

—Que sea glaseada.

Sonreí y asentí emocionado.

—Todas las que quieras.

Miró sobre su hombro a sus hermanos que nos observaban con curiosidad, les hizo señas para que siguieran sin ella y luego me tomó del brazo para engancharlo con el suyo, como si fuésemos amigos de toda la vida. Pasamos frente a varias tiendas, entramos a la que queríamos y luego de comprar las donas tomamos asiento en una de las mesas.

El dilema de Stephen [P#1] (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora