C A P Í T U L O 11

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Hacía mi mayor esfuerzo por prestar atención a la clase mientras intentaba ignorar el inmenso dolor de cabeza que tenía por la cantidad de licor que ingerí el día anterior.

La había pasado genial, no iba a negarlo, aunque no recordaba más que algunas charlas y la cantidad de risas que compartimos por bromas sin sentido.

Pero terminar en un estado tan deplorable...

Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando mi libreta fue robada por Michael, que comenzó a garabatear algo en ella. Puse cara de desagrado, aunque en realidad le agradecí internamente por ahorrarme la molestia de copiar lo que el profesor de Econometría intentaba explicar y no entendía por el dolor.

Cuando terminó, colocó la libreta de nuevo frente a mí para que leyera. Miré la hoja y decía:

«¿Por qué tienes cara de no poder ni con tu alma?».

Bufé y escribí una respuesta.

«¿Lo dices en serio? Solo cuando llegué a casa me di cuenta que eran las tres de la mañana».

Le pasé mi libreta y él sonrió al ver lo que decía.

«¿Qué hacías fuera de casa a las tres de la mañana? Qué irresponsable eres, eh».

Rodé mis ojos al leer aquello.

«¿Qué quieres y por qué estamos usando mi libreta para esto y no la tuya?»

«Porque se ensucia, duh».

«Al grano, Michael».

«¿Lo haremos en tu casa o en la mía?».

«¿Disculpa? Eso ha sonado horrible».

Lo vi reírse por mi comentario, antes de comenzar a escribir otra respuesta.

«El trabajo de Contabilidad Social I, Stephen. ¿Lo haremos en tu casa o en la mía?»

Leí la pregunta un par de veces, inseguro de qué responder a eso y suspiré. Era cierto que Michael ya había ido a mi casa, pero en aquel momento tenía la certeza de que Steve no estaría presente, pero ahora... la sola idea de que Michael se encontrase con Steve mientras hacíamos el trabajo me daba pavor.

Me avergonzaba pensar que Michael podría darse cuenta de lo poco que le importaba a mí padre.

Jugué con el lápiz por un momento, hasta que me decidí por una respuesta adecuada.

«No sé si se pueda en mi casa. ¿Habría algún problema si fuésemos a la tuya?».

Los ojos de Michael se iluminaron al leer lo que había escrito.

«Para nada. Lo haremos en mi casa, entonces ;)».

Rodé mis ojos e intenté ocultar con todas mis fuerzas la sonrisa que quería aparecer en el preciso momento que Michael tomó mi libreta para escribir algo más. No sabía qué otra cosa debíamos acordar, pero lo único seguro era que iba atrasadísimo en lo que el señor Hamilton intentaba explicar por andar pendiente de las estupideces de Michael.

Mi libreta volvió a su lugar, pero antes de mirarla, noté por el rabillo del ojo la manera en que Michael cubrió su boca con sus manos para disimular las carcajadas. Confundido, observé la página actual, para encontrarme con toda una página llena de dibujos de penes, de todas las formas y tamaños, habidos y por haber.

Esa era la obra de arte contemporáneo más magistral que había apreciado en mis veintiún años de vida.

Incluso podría asegurar que el mismísimo Vincent Van Gogh se sentiría humillado ante tal destreza.

El dilema de Stephen [P#1] (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora