C A P Í T U L O 23

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Decir que estaba enloqueciendo era la subestimación del año.

Me sentía completamente perdido al mirar las prendas de ropa sobre la cama y sostener el teléfono contra mi oreja mientras jaloneaba mi cabello con desesperación.

No sabía qué rayos hacer.

—Michael, no sé qué hacer. Sé que prometí a los chicos que iría a cenar con ellos a casa de su madre, pero... —Me senté sobre la cama y revolví mi cabello con brusquedad.

La ansiedad comenzaba a crecer en mi interior y no sabía cómo contenerla.

—¿Cuál es exactamente el problema? Es solo una cena, ¿no? —preguntó al otro lado de la línea.

—El problema es la mamá de los chicos. Ella es estupenda y... yo no creo poder soportar el ambiente familiar que hay en su casa.

Todo movimiento al otro lado se detuvo, dejando la línea en silencio. Michael no dijo nada por los próximos minutos y cuando estuve a punto de preguntarle qué ocurría, suspiró.

—¿A qué le temes, exactamente?

—Creo que a sentirme fuera de lugar —admití—. Sentir que no pertenezco allí a pesar de ser la única familia que tengo.

—Bueno, supongo que eso es normal, pero no sabrás cómo te sientes al respecto hasta no ir a la cena y experimentarlo.

Michael tenía un punto.

Hablé por unos minutos más con él mientras intentaba calmarme y, luego de colgar, me dispuse a prepararme para salir de la casa porque sin darme cuenta ya era hora de partir.

Conduje por las calles de la ciudad y tomé una profunda respiración cuando entré en el vecindario en el que vivían los chicos. Expulsé todo el aire en un intento por tranquilizarme y observé por el espejo retrovisor a los niños que corrían detrás de un balón.

El vecindario era pintoresco, tranquilo y acogedor, con personas yendo y viniendo por las aceras con sus mascotas e hijos.

Me detuve frente a una casa blanca con detalles verdes y apagué el auto para recostarme por un momento.

Desde mi asiento, pude notar que la casa seguía igual a como la recordaba, aunque se notaba que le habían dado un retoque a la pintura por lo viva que se veía en comparación a las demás.

Tomé valor para salir del auto y una vez asegurado, me detuve frente a la puerta para tocar el timbre. Esperé un momento hasta que se abrió y Jared salió a mi encuentro.

—Hey, te estábamos esperando.

La neutralidad con la que mi hermano hablaba, a veces me hacía preguntarme la razón por la que lucía tan indiferente ante algunas cosas.

—Lo siento, se me hizo tarde.

Una sonrisa minúscula hizo acto de presencia.

—No te estaba recriminando.

Se hizo a un lado, permitiéndome la entrada a una sala cuyo olor dejó en evidencia que Diane estaba cocinando el cordero en salsa que solo preparaba en momentos especiales.

En el suelo frente a la mesita del café se encontraban los chicos jugando Monopoly; James refunfuñaba mientras le extendía un fajo de billetes a una Alisson con sonrisa victoriosa.

Cuando notaron mi presencia, se levantaron de sus lugares y se acercaron a mí para abrazarme con euforia.

—Por un momento pensé que no vendrías —confesó James

—Se me hizo tarde. —Me encogí de hombros—. Lo siento por eso.

Alisson sacudió una mano, desechando la idea.

El dilema de Stephen [P#1] (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora