C A P Í T U L O 13

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Michael

Pequeñas gotas de sudor bajaban por mi frente y caían por mi rosto, haciéndome sentir sofocado.

Mi respiración se volvía más errática con cada segundo que pasaba y los latidos de mi corazón aumentaban de velocidad a medida que la intensidad de mis movimientos incrementaba. La adrenalina corría por mis venas y la euforia se había apoderado por completo de mi cuerpo, haciéndome sentir vivo.

Había olvidado lo maravilloso que se sentía sentarme en el banquillo de mi batería, vaciar mi mente y dejar que los sonidos que llenaban mi habitación —tras cada golpe de mis baquetas—, suprimiesen mis preocupaciones y se convirtiesen en una proyección de las emociones que me consumían e intentaba dejar ir.

—Bueno, bueno, esto sí que es inusual. —La voz de Addison resonó por encima del ruido, haciendo que perdiese la concentración. Dejé de tocar justo cuando noté que estaba apoyada en el marco de la puerta y tomé los platillos en mis manos para detener el movimiento mientras intentaba normalizar mi respiración—. Hace muchísimo tiempo que no tocabas la batería. —Caminó hasta mi cama y tomó asiento sin dejar de analizarme—. ¿Qué te tiene tan perturbado?

Miré las baquetas en mis manos y solté una risa floja.

Si tan solo supiese...

—¿Has venido solo para averiguar lo que me pasa? Búscate una vida, por favor —La molesté, con la intención de desviar el tema.

No quería sonar grosero, no con ella. Pero justo ahora mi mente era un caos total y todas mis energías estaban puestas en liberarme del agobio que había empezado a consumirme horas atrás.

Addison rodó sus ojos con fastidio.

—No, también he venido a decirte que la cena está lista. —Al ver que no hacía amagos de levantarme, colocó su mano en mi hombro y dio un pequeño apretón que me hizo desviar la atención hacia ella—. Has estado extraño últimamente, ¿todo está bien?

—Sí, solo... las cosas han cambiado tan repentinamente que no he tenido tiempo de asimilar todo —dije una mentira a medias, porque algo de verdad había en mis palabras. Aunque los cambios que había experimentado últimamente no tenían nada que ver con mi frustración.

La causa principal era cierto chico amargado que comenzaba a confundirme y a hacerme sentir extraño.

—¿Seguro? —Alzó una de sus cejas, para nada convencida por mi argumento—, porque recuerdo que tú eras el más emocionado por la mudanza. Que ahora te sientas así... —murmuró para sí misma, antes de negar con la cabeza—. Sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad?

Asentí.

Sabía que podía hacerlo, pero no era tan fácil explicar lo que me estaba ocurriendo porque ni yo comprendía del todo lo que estaba pasando.

Decirle algo como: «una Bestia está a punto de devorar mi cordura», no parecía adecuado.

—Lo sé, gracias. —Tiré las baquetas en la cama, me levanté del banquillo y me estiré por unos segundos para relajar mis músculos tensos. Luego alcé mis cejas al notar que Addison continuaba en mi cama, como si fuese bienvenida, y le sonreí con malicia—. Me asquea que te sientas tan cómoda en mi cuarto. Largo de aquí, fea.

Jadeó, sorprendida, y se levantó de la cama, luciendo muy indignada.

—Eres un estúpido —chilló—. No te mereces mi generosidad, animal.

—¿Generosidad? —me burlé—. No confundas la amabilidad con tu naturaleza metiche.

Bufó.

—Hice lasaña, tu comida favorita —me informó, acercándose a la puerta—. Pero puedes irte a la mierda, porque no te daré nada.

El dilema de Stephen [P#1] (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora