C A P Í T U L O 20

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Observé mi teléfono por quinta vez desde el lugar en el que estaba sentado en la cama y resoplé con frustración al no saber cómo disipar la angustia que estaba alojada en mi interior.

No sabía qué hacer y eso estaba comenzando a generarme ansiedad.

Me sentía confundido, afligido y algo desesperado por toda la clase de pensamientos que surcaron mi mente. Pero lo que me tenía en verdad molesto conmigo mismo era que llevaba una jodida hora debatiéndome entre llamar a Michael o esperar a que él lo hiciera.

No obstante, había muchos factores que impedían que tomase el teléfono y marcase su número; entre ellos, mi infinita cobardía y el pánico que me generaba el no saber la reacción de Michael ante mi llamada o la mía ante cualquier cosa que él pudiese decir.

Ninguno intentó hablar después del beso. Ni siquiera en el camino de regreso a casa cruzamos palabra. Ambos estuvimos en silencio, perdidos en nuestros pensamientos, todavía asimilando lo que había ocurrido y siendo incapaces de afrontar al otro.

Hasta el momento, ninguno había hecho el intento de contactar al otro y eso empezaba a inquietarme. Sobre todo, porque los recuerdos volvían a mí en cada descuido y se apoderaban de mi sensatez, haciéndome desear cosas que no estaba seguro de que fuesen correctas.

Aburrido de mirar el techo, cerré mis ojos y las imágenes de lo que habíamos hecho el día anterior me golpearon de inmediato, trayendo consigo todas las sensaciones que experimenté. Acaricié mis labios mientras recordaba la manera tan apasionada en que Michael casi los devora.

A ese recuerdo también le siguieron un par de batallas internas que tuve cuando Michael comenzó a acortar la distancia entre los dos con esa mirada intensa fijada en mis labios. Conflictos que me llevaron a cuestionarme la forma en que me sentía con respecto a lo que estaba pasando.

En ese momento me sentí muy inquieto, aunque nada tuvo que ver con su cercanía o con las claras intenciones que tenía al acercarse. Mi inquietud se debió principalmente al nerviosismo que sentía originado por la nula experiencia que poseía ante ese tipo de cosas.

Por un instante me sentí idiota al tenerle frente a mí, mirándome con anhelo, sin saber que hacer o cómo actuar. Pero a esa sensación le siguió una profunda curiosidad por experimentar lo que se sentía besar a alguien. Idea que me generó pánico cuando recordé que la persona que estaba a punto de besarme era Michael.

Un hombre.

Ese pensamiento produjo una serie de cuestionamientos que me llevaron a comprender que entre las sensaciones que bailaban en mi interior no estaban ni la incomodidad, ni el rechazo, ni la repulsión.

Por el contrario, mi corazón poseía un ritmo nada normal y una especie de calentura se había esparcido por todo mi cuerpo, producto de la vergüenza y una especie de emoción por probar lo desconocido.

Me encontraba más anhelante de lo que hubiese esperado y cuando su aliento chocó con mi rostro, un estremecimiento recorrió mi cuerpo y un cosquilleo en mis labios me impulsó a eliminar la distancia entre ambos para saciar una necesidad de la que no estaba al tanto.

El primer contacto fue extraño, desconocido, pero también generó un estallido de emoción en mi interior que me hizo aferrarme a Michael y apresurar las cosas. Contrario al malestar que esperé sentir, me encontré deseando más de lo que estaba recibiendo.

Mi cuerpo estaba caliente, mis extremidades tenían un leve temblor y mi cabeza estaba envuelta en una especie de bruma que me hizo desconectarme de todo para solo ser consciente de lo que Michael y yo estábamos haciendo.

Por primera vez en mi vida me sentí... vivo.

Definitivamente no había mejor manera de describirlo. Nunca nada me hizo sentir tanto como sus labios acariciando los míos o sus manos sosteniéndome con tanta delicadeza.

El dilema de Stephen [P#1] (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora