La joven señorita bostezaba apoyada sobre el arco de madera del amplio ventanal. Enfrentaba un inmenso jardín de flores silvestres, arboles frondosos y rosales, mientras que su rostro se estremecía de nostalgia, fuera de lugar, de una forma desvinculada a lo que veía fuera o dentro de la enorme mansión en la que vivía, y que al mismo tiempo la confinaba. Esa podría ser la razón de su pesadumbre, ella debería querer salir y conocer amigos estando en la etapa de comprender y descubrir. La tierna edad de diez años. Pero no podría estar más equivocada la suposición de la sirvienta mientras limpiaba las refinadas vasijas, que eran de un valor incalculable, encima de una mesa cuadrada y baja que centraba la sala de estar. De allí, la sirvienta vestida de negro azabache y plumero en mano, la veía disimuladamente por el rabillo del ojo derecho para no ser reprendida, ya que las reglas de la casa decían "No veas a los dueños de la mansión a los ojos a menos que se los ordenen", y por ello procuraba ser precavida, aunque nunca cambiaría la forma curiosa con la que había nacido, ni siquiera estando sobre los treinta años podría cambiar eso.
La situación en la mansión era complicada, siempre lo había sido, pero en estos últimos tres días más que antes, además de extraña, y todo debido a esta misma niña de aspecto suave y blando, de una larga y lacia cabellera negra. Sus ropas confirmaban en solo un vistazo que portaba los lazos provenientes de una familia adinerada, desde las traslucidas joyas en sus orejas, hasta el vestido de varias capas magenta que llegaban a tapar por completo sus pies, pero que ahora se veían por estar inclinada en una silla cerca de la ventana. Eran zapatos negros de charol que delataban su ubicación por donde sea que ella iba. Era una fácil manera—tal vez una ya pensada—de que los sirvientes, cocineros, meseros, y de que el cochero prevenga su llegada y se alejaran de la zona. Sin embargo, este paso por delante se quedaba corto frente a la señorita de la casa debido a su carácter, pero como lo anteriormente dicho, la situación en la mansión había cambiado a algo insólito. Lo acostumbrado fue disuelto, y dejo a todo un personal desorientado.
"Seria inadecuado preguntarle" pensaba la sirvienta, dejando de lado las vasijas y acercándose sigilosamente detrás de ella. En eso, un chasquido largo y fino la detuvo como estatua de piedra, cortando su respiración. Todo el cuerpo le devolvió el sentido, concluyendo en que casi comete una locura, una imperdonable. La niña no hiso caso del sonido, y seguía dándole la espalda sin despegar la cara del vidrio. En cuanto el corazón de la sirvienta se calmó, giro delicadamente su cuello hacia el lado derecho de la habitación, justo encima de su hombro, descubriendo así el inicio de tal chasquido. Era el mayordomo principal de la casa; había presenciado aquella escena mientras caminaba por el corredor y quiso detenerla antes de que esa mucama tuviera graves consecuencias. El hombre de cabellos grises que peinaba hacia atrás, y bigote frondoso pero prolijo, alzó sus manos llamándola con velocidad y sigilo. Sus cejas se inclinaban en señal de alarma. La sirvienta dio un vistazo hacia la pequeña señorita, confirmó que no se había inmutado y caminó lentamente hacia su superior con sus zapatos negros y planos como hojas sobre el suelo. Al llegar enfrente de aquel señor mayor—de sesentaisiete años—, inclinó su espalda hacia adelante y demostró arrepentimiento diciendo en voz baja:
—Casi cometo un grave error, me disculpo —levanta su cabeza y lo observa por debajo del mentón.
—Muchacha, debe tener conciencia de lo que está haciendo, no porque haya estado actuando diferente debamos darnos la confianza de tales actos —la reprende con el ceño fruncido —se lo dejo pasar al ser nueva, ahora siga con sus deberes.
La sirvienta asintió varias veces y se retiró silenciosamente por detrás del hombre. Este se quedó viendo el perfil de la niña, consumado por su calma y aires adultos. Pensaba que tal vez esa sirvienta Caterina, había tenido el impulso de hablarle debido a su ambiente totalmente diferente al normal. Desde que había despertado, ya no era la misma. No gritaba, no se enfadaba, y apenas omitía palabra. Parecía muda, pero cada tanto decía algunas letras y recordaban que tenía voz. Una tan suave y relajada, que parecía cantar una canción de cuna al abrir la boca. Nadie tuvo el valor de preguntar su repentino cambio, no sería inteligente arriesgar su suerte, pues tantas y tan horribles cosas había hecho en el pasado, que no confiarían, así como así. El mayordomo se dio la vuelta para dejarla en su paz, pero la suavidad de una pluma lo acaricio en sus oídos y lo detuvo.
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LA SOMBRA DEL DESTINO
Fantasy"Reencarne en la hermana mayor de la protagonista para servir en la trama de una novela como un extra villano que muere horriblemente y le deja un pasado traumático. ¡¡¿Ósea que solo existo como anécdota del prologo?!!" Ella está destinada a morir...