Las funciones de Margaret eran bastante sencillas. Preparaba la comida, recogía cosas que ponía en otros lugares, metía ropa en un cacharro y le daba a varios botones, limpiaba el suelo, los muebles y finalmente jugaba con la pequeña Lisa a lo que esta quisiera, en aquel momento se trataba de una especie de tablero con monedas sobre la mesa. Parecía ser uno de esos juegos de estrategia que mi padre había mencionado alguna vez cuando era pequeña, pero que jamás había visto en persona hasta ahora.
Mientras las escuchaba permanecí de pie junto a la ventana de aquella pequeña habitación. Había demasiada tranquilidad y silencio hasta donde se podía apreciar la vista. Ni tan siquiera había pasado una sola persona en todo el tiempo que estuve observando hasta que el ruido de esa música de fondo con la palabra "Antagónicos" repiqueteó de nuevo escuchándose en algún lugar de la casa.
Volví la vista hacia Margaret que no parecía afectada y la observé levantarse lentamente del suelo.
—No salgas de tu habitación —le dijo a la pequeña mientras la observaba dirigirse hacia la puerta y salir de ella.
—¿Dónde vas? —pregunté siguiéndola.
—Apagar comunicación —contestó secamente mientras seguía con la mirada al frente.
—¿Sabes quienes son los antagónicos? —pregunté mientras seguía escuchando esa música cada vez más alta porque nos aproximábamos.
—No. Está prohibido hablar de ellos. Si yo hablar sobre ello, puedo tener castigo.
—¿Quién te castigará si hablas sobre ellos? —pregunté absorta.
—Hombres. Hombres malos.
—Aquí no hay ningún hombre malo. Dime quienes son los antagónicos —insistí.
—No puedo. Mi amo decir que es muy peligroso hablar de ellos.
La observé dirigirse hacia un panel de la pared y supe que iba a cortar la comunicación, así que hice lo que cualquier mujer sensata que intenta averiguar de qué se trata haría. Se lo prohibí.
—Te ordeno que no toques absolutamente nada —dije justo antes de que el discurso comenzara.
Diez mil mujeres muertas a manos de sádicos en menos de dos meses. Ya son más de cinco millones las muertes que se le atribuyen al Gobernador Royd. El balance aumenta, el número se incrementa y la atrocidad sigue abriéndose paso con cada muerte que se suma a esta larga lista mientras vosotros lo permitís. En vuestra conciencia queda el cruzaros de brazos ante este crimen, sois tan culpables como él de la sangre derramada.
La única razón de tal atrocidad solo persiste en el miedo ante la convicción de que somos más inteligentes y podríamos llegar a dominar el mundo. Su justificación reside en argumentar que somos un sexo débil y contradictorio, cuando la historia que nos precede dictamina lo contrario, nuestra inteligencia es superior y está demostrado científicamente.
ESTÁS LEYENDO
C O H I B I D A
Ciencia Ficción"Demostrar que éramos más inteligentes fue el principio del fin. Ahora solamente podíamos aspirar a ser mercancía con la cual traficar o simplemente muñecas de papel en manos desconocidas"