Capítulo 9, As it begins.

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1849.

Después de viajar por diez días y nueve noches por medio de un barco que transportaba pescado, una pareja que había sido desterrada de la Isla de Lewis, en las Islas Hebridas Exteriores de Escocia, llegaron a Londres, Inglaterra, con su pequeño hijo en brazos.

El motivo del destierro fue porque al señor Harold lo acusaron de hechicero, lo cuál, no estaba muy alejado de la realidad.

El hombre murió de causas fatales pero pudo brindarle a su esposa y a su hijo una vida digna.

En mil ochocientos cuarenta y siete, después de que su padre muriera, Jeremy y su madre llegaron a vivir a Clovelly.

A Jeremy le gustaba trabajar de todo un poco, pero era en gran parte granjero, pues los animales eran su pasión.

Su madre se desempeñaba como curandera, ya que, gracias a las enseñanzas de su esposo, había aprendido sobre remedios naturales con hierbas. Igual tenía que hacer todo eso de manera clandestina ya que, en esa época, todo lo desconocido era considerado pagano.

Era un día caluroso de junio, Amelie se encontraba dándose un chapuzón en el lago que colindaba cerca de su casa.

—Se va a resfriar señorita. La tormenta está a punto de venir.  —Dijo un delgado joven mientras iba caminando.

—¿Y usted quien es? —Inquirió la elegante joven mientras salía de lo más profundo del lago.

—Jeremy. Jeremy Irving... —Se acercó un poco a ella.

—¿Irving? No había escuchado ese apellido por aquí cerca, ¿usted no es de aquí? —Preguntó la chica con un elegante acento británico.

—No Mi Lady, somos migrantes de una Isla que está situada en Escocia, llevamos viviendo en Inglaterra unos años.

—¿Y en dónde vive usted?

—Hasta hace un año vivíamos en Oxfordshire, ahora vivimos cerca de acá, en esa cabaña. —Dijo señalando lejos del monte una modesta cabañita con teja desgastada.

—Bien, ¿y qué lo trae por aquí? —La joven pestañeó coqueta, poniendo nervioso al chico.

—Vinimos a pedirle trabajo al señor Smith.

—Es mi padre... Y está buscando quien le ayude con los animales. —Comentó despectiva y burlona.

—Perfecto, amo a los animales. —La chica elevó su ceja y salió del lago mostrando su leve desnudez bajo el camisón blanco que llevaba puesto.

—¿Se va a quedar mirándome todo el día? —Inquirió mientras delicadamente secaba sus rizos mojados.

—No, lo lamento, iré a buscar a su padre... —El chico sacudió la cabeza, se excusó y se fue corriendo.

A Amelie le gustaba mostrar autosuficiencia. Nacida no en cuna de oro pero sí dentro de una familia estable económicamente, siempre fue caprichosa y decidida, segura de sí misma, poseía una belleza digna de una princesa.

Había estado comprometida con Christopher Miller prácticamente desde que tenían ella catorce y él dieciocho años. No se llevaban bien, hablaban muy poco y ella veía algo incorrecta esa unión. Era una chica inteligente y astuta, nada la doblegaba, nunca se había enamorado, y no planeaba hacerlo.

Aunque algo dentro de ella se removió al ver a aquel joven por primera vez.

Siempre buscaba provocarlo, le gustaba.

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