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|No me juzgues|

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No puedo explicarlo con exactitud, pues no tengo idea de en qué momento se descontrolaron las cosas, pero me vi tan cerca de Dash... tan cerca que por un segundo quise besarla. Ninguno de los dos estaba pensando con claridad. La rubia relamio sus labios y ladeo la cabeza, tomé eso como una señal. Iba a besarla... ¿iba a besarla?

—Señorita Dash su hermano ha... llegado.

Ambos reaccionamos a tiempo, nos separamos como si temieramos el contacto del otro.

—Mierda —murmuró la rubia—. ¿Donde está?

—En la cocina —respondió la empleada.

Sin decir nada más tomó mi mano y me sacó de allí, subimos las escaleras rápidamente y mientras estábamos en el pasillo superior me atreví a hablar.

—¿Qué sucede?

—Daniels no puede verte, se supone que estoy castigada.

Recordé que aún no me contaba el motivo.

—Tuve que sobornar a los de seguridad para que te dejaran pasar. El muy idiota pretende tenerme aquí encerrada —bufó.

Nos adentramos en una habitación de paredes blancas, con una enorme cama de color negro, y en la pared frente a esta una pintura del rostro de Dash. Era  más que obvio que se trataba de su habitación.

—Escondete en el armario, es esa puerta de allí —señaló una puerta a la derecha, había otra del lado izquierdo, supuse que era el baño.

Asentí y sin refutar pues no quería meterla en más problemas me encerré en el armario. Creí que sería algo pequeño, una vez más olvidaba que estaba en una enorme mansión.

Había repisas y ropa colgada, en otra sección un montón de zapatos y bolsos, pero ahí no acababa, no, era como un pequeño pasillo. Avancé hasta llegar a un espacio abierto, otra habitación más pequeña que al parecer formaba parte del armario.

—Que mierda...

Admito que me sentí como los hermanos Pevensie cuando entraron al ropero para llegar a Narnia. Solo que no estaba en Narnia. En esta especie de habitación se encontraba un tocador, más repisas con maquillaje y cuatro sofás individuales. Me acerqué a la ventana y corrí un poco las cortinas, desde allí podía verse el jardín trasero y parte de la piscina.

Aburrido volví a mirar mi entorno mientras me sentaba en uno de los cómodos sofás. Dash tenía más de lo que podía pedir, y estaba casi seguro de que ni siquiera utilizaba la mitad de lo que tenía; en el poco tiempo que llevaba junto a ella nunca usaba maquillaje.

No lo necesitaba.

—¿Aburrido?

Su cabellera rubia hizo acto de presencia. Se sentó junto a mi.

—¿Vas a contarme porqué estás castigada?

Sus mejillas se inflaron para luego dejar salir el aire lentamente. Dash a veces actuaba como niña pequeña.

—Uh... golpeé a una chica en la escuela —soltó como si nada.

—¿Te hizo algo, te molestaba o...?

—No —respondió tajante, encogiéndose  de hombros.

—No lo entiendo... ¿entonces por qué lo hiciste?

—Se supone que eres mi amigo, ¿vas a juzgarme como lo hacen todos? —sus ojos buscaron los míos, había algo de enojo en ellos.

Negué.

Asher y DashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora