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|Hermosa... tan fácil de querer, y tan difícil de entender|

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Con pasos lentos camine por la solitaria calle para llegar a casa, estaba ebrio pero aún era consciente de mis actos, a diferencia de Nick que no podía mantenerse en pie; se había alejado de nosotros para flirtear con alguna chica y terminó de ese modo. Por suerte Zoe era la responsable del grupo, fue ella quien condujo y me dejó a unas calles de mi hogar, a pesar de que insistió en dejarme frente a la puerta. No me arriesgaría a que intentaran robarla.

Busque las llaves en mi mochila y abrí la puerta intentando ser sigiloso, con la esperanza de que Violeta no fuese a escucharme. Vaya sorpresa me llevé al encontrar las luces encendidas, y a mi madre riendo mientras disfrutaba de su cena... acompañada.

Carraspeé haciendo notar mi presencia.

—Asher —su risa fue opacada por el asombro, noté como su cuerpo se tensó—... creí que dormirías fuera...

—¿Qué te hizo pensar eso, madre? Deberías estar preocupada por mí, pero en cambio estás riéndote con tu noviecito.

Paul, quien hasta ese momento se había mantenido en silencio decidió intervenir.

—No es necesario que le hables de esa forma.

Violeta negó apretando su mano por encima de la mesa, ambos esperaron un grito, una respuesta cargada de desdén, una mirada de indiferencia, algo. Pero yo solo sonreí. Tome asiento de forma torpe en una de las sillas vacías quedando a la cabeza de la mesa.

Madre —hablé con sorna—, ¿podrías servirme algo de comida? Ya que estoy aquí cenaré con ustedes, ¿es lo que querías, no? Que nos conociéramos, que le diera una oportunidad a... él —señalé al hombre frente a ella.

—Asher estuviste bebiendo, porque no vas a descansar. Podemos cenar juntos en otro momento.

Violeta actuaba de forma pacífica, pero yo la conocía perfectamente, sabía que su espalda estaba recta en un intento por mantener la compostura, que su sonrisa era falsa y, que si seguía soltando comentarios despectivos no tardaría mucho en romper esa fachada.

Con manos temblorosas dejó el nuevo plato sobre la mesa, su contenido era comida China.

La tensión era palpable, me divertía ver que yo era el causante, así que me tomé mi tiempo y empecé a comer, a pesar de que no tenía hambre.

—Así que... te enamoraste de una prostituta —comenté clavando mi mirada en el idiota de Paul—, es un poco cliché, ¿no crees?

—Es todo —se levanto rápidamente de la mesa, dispuesto a encararme—. No tolerare que la menosprecies frente a mi, ¡es tu madre!

—Paul no... —suplico ella temerosa.

Al igual que él abandoné mi asiento.

—No me digas que hacer —masculle—, tu no eres mi...

No fui capaz de continuar pues la bilis subió a mi garganta, provocandome arcadas; cubrí mi boca y caminé lo más rápido que mis adormecidas piernas me lo permitieron, al baño. Segundos después sentí unas manos acariciar mi espalda.

Asher y DashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora