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|Olvídate de ella|

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Cuando tenía ocho años papá solía llevarme al parque después de que uno de sus trabajos salía bien; mi padre era un asesino, le pagaban por deshacerse de ciertas personas que estorbaban en el camino de otros. Recuerdo verlo llegar a casa tantas veces con el rostro afligido, pero todo eso cambiaba al verme, yo me acercaba a saludarlo y el se levantaba del sofá indicandole a Violeta que volveríamos en un rato.

Sé que lo que hacía era malo, pero todos cometemos errores. Su error fue tomar el camino fácil. El mío fue entregarme a Dash.

Una mezcla de enojo y tristeza me embargaba mientras esperaba sentado en la parada de buses, ya había oscurecido pero aún no era muy tarde. No quería ir a casa y ser atormentado por mis propios pensamientos, necesitaba distraerme.

«¿Qué diablos pasa conmigo?»

¿Por qué siempre era yo quién salía perdiendo? Era yo quién debía preocuparse cuando desaparecía, yo debía llamarla, buscarla, tomar la iniciativa para saber dónde se encontraba. Yo debía esperar a que ella se dignara a aparecer. ¿Y ella qué? Me ilusionaba y luego me echaba como a un perro. Justo en ese momento deseé volver a ser como antes, ser el Asher que no conocía a Dash Parker, ese al que todo le daba igual, aquel que no permitía que lo lastimaran. Saque mi móvil de la mochila y busqué entre mis contactos; espere ansioso a que ella contestará mi llamada.

—¿Asher?

—Lilith...

—¿Qué quieres ahora? Mira, no tengo más información si es lo que...

—No estoy buscando información roja —interrumpí—, busco otra cosa. ¿Estás libre?

Su risa falsa me irritó un poco.

—Es bueno saber que aún podemos contar con el otro —hizo una pausa en la pareció estar pensando—. Te espero en mi departamento, te enviaré la dirección.

Recordaba vagamente la ubicación así que su mensaje fue de ayuda. Quince minutos después bajé del autobús en la zona media de la ciudad y caminé las calles restantes hasta que por fin llegué al pequeño edificio en el que Lilith vivía. Volví a llamarla para indicarle que ya estaba allí y en segundos la tuve frente a mí arrastrándome de nuevo por las escaleras hasta el cuarto piso.

—¿Estamos solos? —cuestione sentándome en su sofá.

—Tranquilo guapo, nadie va a interrumpirnos esta noche... a menos que alguien decida llamarte —bufó recordando la noche en la que estuvimos juntos y Dash llamó interrumpiendonos.

«No pienses en ella Asher...»

—He dejado de verte en las fiestas clandestinas, ¿qué, porque ya no formas parte de Oráculo te alejaras de todo?

—No he tenido tiempo para fiestas —respondí esquivo. Era una puta mentira, había faltado a las dos últimas por estar con Dash.

«¡No pienses en ella!»

—Ok —camino hasta la cocina y busco algo en el refrigerador—, ¿Quieres una cerveza?

—Quiero algo mejor roja, algo más fuerte, que me haga sentir mejor. Sabes a que me refiero —le guiñe un ojo.

Dejo cuatro latas de cerveza sobre la mesita frente al sofá y se alejó de nuevo, esta vez en dirección al pasillo.

—Solo porque eres tú, imbécil —aclaró cuando volvió. Traía consigo una caja de cigarrillos y algunas bolsas de cocaína—. Deberás recompensarme muy bien.

Asher y DashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora