"Verdades y Mentiras"

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—¿10-35 a toda la malla? —La potente voz del Superintendente resonó en la radio interna de todo el CNP.
—5 de 5. —Respondió el agente Palma quien seguía apostado sobre un edificio cercano como tirador.
—5 de 5 por parte de Onofre.
—5 de 5, agente Cruz.
—¿Solo quedamos nosotros? —Preguntó el superior al obtener solo tres respuestas.
—10-4, dos compañeros fueron abatidos por el tirador. —Informó Onofre, cubierto tras una patrulla.
—¡Me cago en la puta! —Aquello era un atraco a una licorería como cualquier otro. Un tirador, al menos tres tipos dentro del local. El problema era que el tirador estaba bien posicionado y apenas se acercaban a la puerta el les disparaba sin que ellos pudieran devolverle el fuego. —¡A la mierda!, vamos a entrar. No voy a estar aquí esperando una puta hora como un gilipollas.
—¿Cómo quiere proceder, Super? —Cuestionó Cruz recargando su arma antes de moverse más cerca de la puerta, con cuidado de seguir a cubierto.
—Palma, a mi señal haces fuego de cobertura contra el tirador, no dejes de disparar hasta que te quedes sin bajas. Yo voy primero, me encargo del que está en mostrador, Cruz y Onofre cubren el almacén. ¿Entendido?
—10-4. —Dijeron los agentes a la vez.
—A mi señal... —Conway inhaló hondo. Su cuerpo estaba listo para la batalla, su arma cargada, sus sentidos puestos en terminar con aquello de una buena vez. —¡Palma, ahora!
El silencio de la noche fue roto por el sonido de los disparos. Conway se abalanzó contra la puerta de cristal, rodó sobre sí mismo y comenzó a disparar contra el atracador que cayó abatido justo cuando los otros dos ofíciales entraban disparando hacia el almacén.
—Abatidos... tirador abatido... —Alcanzó a escuchar en la radio por parte de sus agentes, en el bolsillo de su pantalón el celular timbraba con insistencia.
—Buen trabajo. —Dijo por radio. Algo que sorprendió a los policías pues su jefe no era conocido por hacerles cumplidos.
Salió de la licorería y miró el celular, en la pantalla podía verse un número que aún sin tener un nombre de contacto conocía muy bien. —¿Qué pasa? —Respondió al aparato, alejándose de las voces de los otros oficiales.
Solo estática y una respiración muy calmada obtuvo como respuesta antes de que la llamada se cortara.
—¿Qué cojones? —Con el ceño fruncido gruño al teléfono y volvió a guardarlo en el bolsillo. Los agentes ya se estaban encargando de llamar a los EMS e identificar a los atracadores por lo que se dio el gusto de encender un cigarrillo mientras esperaban.
Apenas había dado la primer calada al cigarrillo cuando su teléfono volvió a sonar con insistencia. Lo sacó del bolsillo, era el mismo número de antes, aceptó la llamada y se lo acercó al oído. —¿Volkov? ¿Qué pasa?
Al otro lado se escuchó solo un suspiró. Era el ruso, Conway lo conocía demasiado bien como para reconocer sus suspiros. —¿Volkov? —Insistió en un tono más alto, casi molesto.
—¡T-todo... es su culpa... —La voz del comisario sonaba atropellada, como si le costará unir las palabras. —Que yo... esté así... es su cul...
—¿Estás ebrio? —Lo interrumpió comenzando a sentir el cabreo subírsele a la cabeza.
—Nop... no lo... estoy...
—¿Dónde mierda estás? ¡Mándame tu puta ubicación! —Ordenó pisando el cigarrillo que no se llegó a fumar, indicó a los agentes que se ocuparán de procesar a los detenidos y sin más se monto a su patrulla.
—Usted no me manda... estoy... fuera de... servicio... —oía claramente balbucear al ruso. —No puede... obli-garme... a decirle... —la lentitud con la que hablaba él contrario estaba haciendo que Conway comenzara a sentir su sangre arder, sin embargo mantuvo la calma, escuchando atento los desvaríos ajenos. —... que estoy en el... cementerio.
—¡Voy para allá! —Gruño al teléfono cortando la llamada a la vez que arrancaba el patrulla con rumbo al cementerio.
El Superintendente sabía perfectamente la razón por la cual su comisario se encontraba en aquel lugar, y entendía que estuviera ebrio, él mismo desearía poder estarlo, pero no podía darse ese lujo, muchas cosas pasaban a su alrededor, muchos peligros los acechaban y tenía el deber de mantenerse alerta y con la guardia en alto, no por él sino por todos los que lo rodeaban, en especial por el inconsciente ruso que por lo visto no era capaz de valorar su propia vida, exponiéndose a que alguien se lo llevara o le pegara un tiro mientras estaba solo, vulnerable por su estado de ebriedad.
—¡Hijo de puta! —Gruño apretando tanto el volante que los nudillos se le pusieron blancos. Odiaba con el alma sentir miedo, el miedo era una debilidad y Conway no tenía debilidades. O eso se repetía constantemente.
Tardo la mitad del tiempo promedio en llegar al cementerio, dejó la patrulla mal estacionada y salió de esta a toda prisa, sus pies se movían con rapidez, casi con desesperación, recorriendo el tan familiar camino hasta la tumba de sus agentes caídos donde sabía encontraría a su comisario.
Sin darse cuenta, exhalo un suspiro de alivio al encontrar a Volkov sano y salvo, sentado sobre la hierba, con la espalda apoyada en el frío mármol de la tumba de Ivanov y una botella de vodka a medio terminar en la mano derecha. —¿Cuántas de esas has bebido? —Cuestionó bajando hasta quedar a la altura del ruso, inspeccionando con la mirada que no estuviera herido.
—Unas... cuantas... y es... su culpa...
Volkov no sonaba sorprendido de verlo ahí, aunque tal vez estaba tan ebrio que pensaba que era solo un producto de su imaginación.
—Lo sé... —aceptó sentándose cerca del comisario. —Sé qué es mi culpa que Ivanov... y los demás, murie...
—¡No! —Las cejas de Volkov se juntaron sobre el puente de su nariz y su mirada se iluminó con un brillo lleno de resolución. —Eso... eso no es su culpa...
—Tú mismo lo dijiste. —Le recordó, pues esas palabras aún le dolían.
—¡No! No era eso... —el ruso se pasó una mano por los cabellos con frustración, e incluso ese acto pareció costarle mucho esfuerzo pues su coordinación era la de una oveja recién nacida.
—Vamos, te llevaré a tu casa. —Ofreció  Conway apoyando una mano en la tumba para levantarse.
—¡No! —El grito del ruso lo tomó por sorpresa, y más cuando se vio obligado a quedarse dónde estaba pues las fuertes y enguantadas manos de Volkov lo tomaron de la camisa impidiéndole ponerse de pie. —Eso no fue su culpa... fue mía... no estuve ahí... no los protegí... nunca los protegí... no soy más que... una carga... y al final, todos se van... todos me dejan... —Conway supo que Volkov ya no hablaba solo de Ivanov, conocía algo de su historia y comprendía de dónde venía ese tormento que cargaba sobre los hombros. —usted... también se va... me deja de lado... y yo... yo lo intento... alcanzar... yo por usted... Conway yo...
—Cállate... —Conway no pudo más. El dolor en la voz de Volkov era más de lo que podía soportar, por lo que sin pensarlo lo tomo con una mano por la nuca y lo beso.
Sería la cercanía, el calor del momento, el aroma del ruso, la necesidad de callarlo y no dijera algo de lo que después se iba a arrepentir, o su miedo a confirmar lo que ya sospechaba. Miles eran las excusas que podía dar y todas podrían ser válidas, de no ser porque incluso cuando el aliento le faltó, se negó a romper la unión de sus labios con los ajenos, alargando ese que tal vez sería su único beso hasta que lo sintió caer contra su cuerpo.
—¡Joder! —Jadeó con incredulidad. Su corazón latía con fuerza y rapidez dentro de su pecho, su mente era un hervidero de pensamientos que intentaban encontrar la lógica a lo ocurrido.
Ya habría tiempo de pensar en ello, y de arrepentirse. Lo importante ahora era poner a su comisario a salvo. Con algo de esfuerzo se levantó sosteniendo a Volkov cerca de su cuerpo, se pasó su brazo por los hombros, lo abrazo por la cintura y  así lo llevó hasta el patrulla, lo dejo en el asiento del copiloto, le colocó el cinturón de seguridad y se montó en el vehículo para conducir hacía su departamento, esperaría al día siguiente para las explicaciones.

"CAMINOS" (Volkway)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora