-Contradicciones-

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En la comisaría de Los Santos, Jack Conway era conocido por ser un hombre frío, temperamental, ególatra, grosero, irrespetuoso, desinteresado, y falto de la más mínima pizca de empatía hacía la humanidad en general. Sí, ese era el Superintendente, un hombre tan respetado como temido, un hombre solitario que en contradicción siempre iba acompañado por Viktor Volkov, su comisario de mayor confianza.
Pero entonces los planetas se alinearon en su contra y el maldito destino le arrebató de las manos a varios de sus agentes. Impotente los vio caer uno a uno, su sangre se le escurrió entre los dedos, sus vidas se fueron en un último suspiro sin que pudiera hacer nada para impedirlo. Deseo morir con ellos, morir por ellos, pero el maldito destino parecía disfrutar demasiado de su dolor.
Entre los caídos estaba Alexander Ivanov. Para la gente de la ciudad era solo un policía más, para él; un hijo. Hacía afuera, ante todos, podía parecer que él no soportaba a Ivanov pues se les veía pelear constantemente por los pasillos de la comisaría, sin embargo, esa era su forma de relacionarse, e interactuar. Ivanov lo molestaba, él le echaba la bronca, se peleaban y a los pocos minutos ya estaban riendo, trabajando como si nada pasara. Le quitaron eso, le arrebataron a otro de sus hijos, y con ello también le robaron la sonrisa de la persona más cercana a él.
Desde ese momento vivía con miedo, un miedo atroz que se negaba a aceptar, o a dejar ver ante los demás. Sabía que aquel que asesinó a sangre fría a sus agentes iba detrás de toda persona cercana a él solo por el placer de hacerle daño. Por eso, desde ese día prefería patrullar solo, manteniendo a Volkov lejos, porque si no iba con él no se lo llevarían cuando fueran a secuestrarlo como hicieron con Ivanov y Goneti, pero con el miedo constante de no estar ahí para él si lo necesitaba. Muteado en la radio policial y no escuchar un QRR por parte de su comisario, o una alerta de secuestro, pero a la vez aterrado de no estar disponible si algo así pasaba y llegar demasiado tarde.
Estaba enloqueciendo, viviendo en esa constante lucha de contradicciones que terminaba por perder muchas veces pues aunque su cabeza le decía lo que debía hacer, era imposible resistirse al jodido ruso de los cojones que parecía no tener en su puto sistema ni pizca de instinto de supervivencia pues insistía en permanecer a su lado sin importar cuánto intentará mantenerlo lejos de sí mismo, y del peligro que estar con él suponía.
—Priviet. —Y hablando del diablo. Volkov apareció por la puerta del despacho interrumpiendo sus pensamientos. Con su porte serio y misterioso de siempre se acercó al escritorio y cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Qué pasa, Volkov? —Nunca se lo diría, pero le gustaba mucho pronunciar su apellido, incluso había notado que tenía una entonación especial solo para él, como si acariciara cada letra al decirlo.
—Tenemos un código tres en la licoreria, ¿se apunta? —Anunció el recién llegado, fijando sus ojos azules en el cansado rostro de su superior.
—¿Para eso viniste hasta acá? —Conway por su parte se limitó a darle una honda calada al cigarrillo que estaba fumando. —¿No lo podías preguntar por radio?
—Lo haría, —vociferó con notable molestia el ruso, —si no estuviera siempre muteado en radio, ¡joder!
Era tarde ya, estaba cansado por toda la mierda que tuvo que soportar durante todo el día y aún así una maldita sonrisa curvo sus labios al ver la molestia de su comisario. —Vamos. Ya sé que ustedes nenas no pueden hacer nada sin mí. —Bromeó pasando junto al comisario que como siempre no tardó en seguirlo.
Y no tenía que mirar atrás para comprobarlo, incluso si sus pensamientos le impedían escuchar sus pasos, Conway sabía perfectamente que Volkov iba pegado a él. Era así, desde siempre, eran ellos dos. Pero por primera vez se detuvo al salir de comisaría y espero a que el ruso estuviera a su lado, solo entonces camino a paso firme hacia el estacionamiento lateral. La noche estaba fresca a pesar de ser verano, el cielo despejado y la luna brillando por sobre las luces de la ciudad.
—¿Cómo estás, Volkov? —Cuestionó una vez ambos estuvieron montados en el patrulla.
—Ah... bien. De puta madre... —Respondió su comisario con evidente sorpresa. Era verdad que él normalmente no se preocupaba por el bienestar de sus agentes, pero Volkov no era cualquiera, Volkov era... Volkov... —¿Usted, está bien?
A Conway sin embargo no le sorprendió la pregunta del ruso pues se la hacía constantemente. —De puta madre. —Respondió en el momento que llegaban a la licoreria en cuestión. Volkov le regalo una de esas risas que le gustaba creer sólo él tenía el privilegio de escuchar.
Rápidamente se colocaron todos en posición, haciendo perímetro, identificando los vehículos cercanos, y buscando posibles bloqueos. Conway ordenó a Moussa comenzar a negociar, Johnson estaba a su lado en la puerta mientras él, Volkov y Vito seguían revisando los alrededores.
—No hay rehenes dentro de la licoreria. —Informó Moussa por la radio. —Vamos a romper negociaciones. —Eso ya no era nada nuevo, era lo mismo una y otra vez.
—¿Voluntarios para entrar apenas lleguemos a cero? —Interrogó Conway.
—Ya que estamos en la puerta, Moussa y yo vamos primero. —Respondió Johnson con voz animada.
—Muy bien. —Aceptó el superior. —Volkov y yo vamos detrás, Vito cubre la zona por si hay tirador.
—10-4 —Respondieron todos a una sola voz.
La cuenta regresiva comenzó, los dos primeros agentes cruzaron la puerta apenas llegar a cero. Conway miró a Volkov, él le devolvió la mirada, y en esos segundos de silencio mientras se miraban su corazón pareció confesar cada uno de sus sentimientos.
—Un abatido... —Se escuchó la voz de Moussa por la radio, así como un quejido de Johnson al caer herida.
Los dos hombres entraron a la vez, uno derecha, el otro izquierda. El atracador atrás del mostrador fue abatido, un tiro le pasó enfrente a Conway y terminó hiriendo a Volkov. El superintendente descargo hasta la última bala de su cargador contra el agresor antes de que el silencio volviera a reinar a su alrededor.
—Vito, llama a los EMS, Moussa, revisa que tu compañera esté bien. —Ordenó guardando su arma antes de acercarse a Volkov.
La adrenalina corría feroz por sus venas, su respiración era agitada, todo su cuerpo pedía más acción, pero lo importante era asegurarse de que su comisario estaba bien. Dio vuelta a las estanterías, bajo una rodilla apoyando esta en el suelo y quedó en shock. Había mucha sangre formando un charco bajo el cuerpo pálido de Volkov. Demasiada sangre, pensó. Se obligó a concentrarse, llevo dos dedos al cuello del ruso palpando la piel en busca de sus latidos.
No había.

"CAMINOS" (Volkway)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora