La Hermosa Dama Elfa

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Una caravana de elfos se acercaba día con día a su destino, una nerviosa dama delicada y sumamente hermosa iba dentro de un carruaje con tres damas de compañía con ella, jugaba con la manga de su vestido mientras veía a través de la pequeña ventana los paisajes que el camino le ofrecía.

Eildeth era una muy distinguida elfa descendiente de los más honorables elfos silvanos, amigos íntimos del rey Oropher. Como hija única fue criada con todas las comodidades pero también con muchas obligaciones, su madre quien sabia de la promesa de su esposo con Oropher, trato de inculcarle costumbres dignas de una regente. Pero Eildeth no ansiaba ser una reina, ella deseaba escribir hermosas historias de amor, valentía y honorable enseñanza. En su hogar se le conocía por escribir los más hermosos poemas y recitarlos en las fiestas, tras las cuales recibía innumerables elogios. Pero su destino ya estaba marcado, así que el día en que la prepararon para acudir hacia lo que sería su hogar y su próxima vida no lo tomo muy bien.

En todo el camino apenas hablaba y casi no comía, las elfas que la atendían estaban preocupadas.

- Mi señora, por favor. Debe alimentarse, no queremos que se enferme, preocupara mucho a sus padres y el rey que le espera no le será de buen agrado ver a su prometida en mala salud.

- ¡No me importa para nada ese rey! ¡Déjenme en paz!- Eildeth estaba muy molesta, habían decidido por ella, no conocía a ese rey y seguramente era un arrogante que trataría de dominarla y la ataría a cientos de protocolos de reina, odiaba pensar vivir su vida atada a reglas y costumbres que la hicieran infeliz.

De repente el carruaje se detuvo, hubo un silencio y entonces se escuchó el ruido de las espadas siendo desenvainadas por los elfos y gritos de ataque, las elfas comenzaron a gritar también asustadas. Eildeth solo alcanzo a ver como uno de sus guardias caía a tierra y un hombre completamente vestido de negro se paraba frente a la ventana y la veía con los ojos completamente rojos como llenos de sangre. La puerta del carruaje se abrió precipitadamente y todas gritaron, temblaban como una hoja.

- Hermosa dama, por favor baje – dijo el hombre en tono sarcástico.

- No mi señora- le decían las damas a Eildeth quien estaba completamente pálida, muy asustada.

- Si no baja mi estimada dama, entonces una por una sus amigas irán muriendo hasta llegar a usted.- dijo la voz siniestra afuera del carruaje.

Las elfas empezaron a aterrorizarse aún más.

- E..e..esta bien- dijo la dama elfa con voz temblorosa.

- Mi señora-

- No se preocupen solo veremos qué es lo que desea este señor- Eildeth bajo lentamente del carruaje y las damas tras ellas, pudo observar como todos sus guardias yacían en el suelo, y supo en ese instante que estos hombres no venían solo a hablar con ella. De inmediato, el resto de malvados sanguinarios se colocaron atrás de su líder quien miraba de pies a cabeza a la hermosa elfa con perversión, lo que le dio un escalofrío a la joven.

- Miren nada más que belleza tenemos aquí, con razón los elfos siempre están tan felices cuando tienen con ellos las especies más bellas en femenino.- el hombre reía con maldad y los demás lo imitaban – Pero esta vez se quedaran con las ganas, temo decirle mi hermosa dama que hasta aquí ha llegado su viaje.

- ¿Qué es lo que quieren? Les daré todas las joyas que traigo de mi hogar, pero por favor no nos hagan daño.

- Lo siento mucho belleza, aunque si nos llevaremos las joyas por supuesto, pero tenemos órdenes de no dejar a nadie con vida.

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