Mentiras de piedra

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Primero escucho los ruidos en sueños, como si vieran desde muy lejos, pero a medida que me despiertan y vuelvo a la realidad, me doy cuenta de que en realidad están a unos pocos metros. Me pongo bocarriba y me froto los ojos con fuerza antes de incorporarme despacio sobre un codo. Lo primero que siento es un frío húmedo, el cual me resulta extraño. Ya debe ser de día y por lo general hace mucho calor desde primera hora de la mañana. Aprieto los ojos y distingo a Lartius, que lleva una chaqueta de la ropa de repuesto. Está de espaldas, agachado sobre la pila en la que témenos todas las armas y suministros, aunque estos últimos cada vez son más escasos. De no haber sido por el envío de ayer nos habríamos pasado todo el día sin comer y, por si fuera poco, el agua también empieza a ser un problema. Solo nos queda un bidón de cinco litros.

Observo a Lartius moverse de un lado a otro por la pila de suministros, contando todo lo que queda y haciendo marcas con el número en el contenedor. De repente se ríe y se deja caer en el suelo, pasándose ambas manos por el pelo. Decido que es un buen momento para salir del saco, de todas formas no íbamos a tardar mucho más en levantarnos.

— Hola. — digo al acercarme. Él me mira con frialdad.

— No nos han robado hoy.

— Me alegro. — le suelto.

Me acerco a la entrada de la Cornucopia para asomarme al exterior. Vaya, matarnos de calor no era nada agradable, pero esto tampoco era necesario. El cielo plomizo amenaza con descargar una tormenta sobre nosotros mientras que todo el terreno del pantano está cubierto por una niebla gris, cada vez más densa, la cual amenaza con descender a lo largo del día. Entre eso, el frío húmedo y la escasa luz que penetra por la niebla, el pantano resulta mucho más amenazador que antes.
Escucho a algunos de mis compañeros despertarse y hablar con Laritus, cómo les informa de que no hemos sufrido robos y la escasa celebración que viene después.
Me doy la vuelta y me reúno con el resto del grupo, que se quejan del frío mientras se ponen las chaquetas de repuesto. Heriot me lanza la mía y yo la cojo al vuelo.

— Que no nos hayan robado no significa que esto haya acabado. — dice Lartius. Estamos sentados en un círculo delante de los suministros. — La estrategia de ayer ha funcionado pero el ladrón sigue ahí. Lo que espero es que siga fuera. Le lanza una breve mirada a Levon, un parece ajeno a las sospechas de nuestro compañero.

— ¿Entonces que hacemos? ¿Volvemos a quedarnos aquí todo el día? — pregunta Heriot.

— ¿Tú has visto el tiempo que hace fuera? Va a empezar a diluviar en cualquier momento. Seguro que quieren que nos quedemos. — discute Bethyna.

— Tampoco podemos perder otro día aquí atrincherados. Os recuerdo que no nos queda comida y tendremos suerte si el bidón de agua nos llega hasta mañana. Tendríamos que buscar agua potable porque es posible las pastillas potabilizadoras no sirvan con el agua estancada. Cualquiera se bebe eso.— añade Sylk señalando con la cabeza los dos charcos de agua que rodean la Cornucopia.

La verdad es que tiene razón. Se supone que las pastillas deben usarse en corrientes continuas de agua para asegurar que tiene pocas bacterias, pero por el momento no hemos encontrado ninguna.
Lartius entra en cólera ante la negatividad del grupo. Se levanta gritando que lo más importante ahora es acabar con el ladrón porque, de lo contrario, nada de lo que consigamos estará a salvo. En parte tiene razón, el problema es que dudo que lo haga por mantener los suministros; lo único que quiere es reparar su orgullo.
Tras varios segundos escuchando los gritos de Lartius, que está cada vez más frenético, empieza a echarnos en cara que de no haber sido tan despistados durante las guardias ya le habríamos pillado.
Jade se levanta en intenta apaciguar el ambiente.

— Tienes razón. No podemos irnos sin más pero tampoco podemos permitirnos el lujo de quedarnos aquí para morir de hambre o de sed. Podríamos volver a hacer guardias.

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