PRIMERA PARTE: Los niños de las mareas

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— ¡Venga, Finnick! Te juro que no se lo diré a nadie.— insiste Cole.

Niego con la cabeza mientras mantengo la vista fija en el mar pero él chasquea la lengua.

— Si hubiera algo que decir te lo diría pero no hay más. Pasamos toda la tarde debajo del muelle y solo le di un beso. Bueno, a ver, igual más de uno, ya me entiendes, pero nada más.— le digo. Y es cierto. Eso es todo lo que ha habido y habrá entre Meg y yo, aunque ella no parece dispuesta a admitirlo.

— Pues ella dice que estáis saliendo.

— Que diga lo que quiera.— me encojo de hombros antes de tumbarme en la arena. — Si total, es mentira.

— No se por qué soy tu amigo si te ligas a todas las tías sin hacer nada.

— Venga, Cole, no llores.— me rio y le doy un codazo sin fuerza en las costillas.

— No seas idiota.— me devuelve el golpe sin fuerza. — Tendríamos que irnos.

Nos levantamos y abandonamos la playa para dirigirnos a la Academia de Entrenamiento. Cada día, después de las clases del colegio, tenemos tres horas de entrenamiento para los próximos Juegos. Estar en la Academia es todo un honor y no se admite a cualquiera. Empiezas cuando tienes once años, un año antes de tu primera cosecha, pero si tu rendimiento no es el adecuado pueden echarte en cualquier momento y además de perder una gran oportunidad formándote como tributo profesional para los futuros Juegos, tu familia también pierde la asignación mensual que paga el estado como manutención.

Los entrenamientos son duros, es verdad, los instructores fueron en su día agentes de la paz y no se conforman con la mediocridad, por eso, cada mes un grupo de personas que no llega al nivel de exigencia impuesto abandona la Academia. Los instructores no pierden el tiempo, tienes que demostrarles cada día que pueden convertirte en un profesional, que estas dispuesto a ser el mejor cueste lo que cueste.

Solo así se consigue ganar los Juegos del Hambre.

Recorremos unas cuantas calles desde la playa, dejándola detrás de nosotros mientras nos adentramos en la zona comercial del Distrito. A medida que avanzamos notamos cada vez más el ajetreo pero no es hasta que llegamos a la plaza cuando nos vemos sorprendidos por lo abarrotada que está. Cientos de personas van de acá para allá, coordinados por los agentes de paz, descargando camiones repletos de material audiovisual mientras siguen las instrucciones de los equipos de televisión.
No podemos evitar emocionarnos e intercambiar sonrisas al ver que se debe a que ya están preparando el escenario para La Cosecha de mañana.

— No puedo esperar a que empiecen los Juegos.

— Yo tampoco.— admito, mirando la gran pantalla de televisión que han instalado sobre la fachada del Edificio de Justicia.

— Me presentaré en unos años. A lo mejor para la Sexagésimo Octava edición.— dice Cole. — Seguro que para cuando llegue ya estaré listo.

— Yo también quiero presentarme.

¿Quién no querría? Llevamos toda la vida entrenando para ello. ¿Qué mejor forma de devolver a nuestro Distrito todo lo que nos ha dado?

— Dicen que tu hermano se presenta este año. ¿Es verdad? — Cole me mira esperando ansioso una respuesta. Pero yo me encojo de hombros.

— Quiere hacerlo pero todavía no le han dicho nada.

— Seguro que hoy le dicen que sí, ya verás. Es el mejor.

Los Juegos De Finnick Odair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora