37- célame

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"Me muero por explicarte,
Lo que pasa por mi mente
Me muero por intrigarte
Y seguir siendo capaz de sorprenderte
Sentir cada día,
Ese flechazo al verte
Qué más dará lo que digan
Que más dará lo que piensen,
Si estoy loca es cosa mía"

....

Su cuerpo absorbe mi negatividad y me regala felicidad, aunque sea momentánea.  No me quiere soltar, se niega a dejarme ir. Y ahora soy yo la que desea irme de su lado y no atormentar mi mente con su presencia. No enamorarme más de lo que estoy.

Quería una amistad en contra de mi voluntad , pero Steven me está regalando más que eso: atención, lugar, valor, celos, proyección y cariño.

Y yo no lo pedí, sólo quería verlo feliz. Sólo quería al menos estar en cada momento de su vida, no verme aquí abrazada cuando es su novia quien debería ocupar mi lugar.  No debería ser yo la que esté  acorralada con sus brazos.

Y si, debería sentirme bien, pero no, es que enamoro más.

No he podido dormir, aún es de madrugada, no amanece y cada minuto se hace más lento en llegar.

Retiro su mano de mi  cuerpo y bajo un pie de la cama,  intento liberarme y lentamente voy saliendo.

—Karen...

Se despierta, maldita sea, parece un niño que tengo que cuidar.  Yo no tengo hijos.

Me mira confundido y se sienta en la cama.

—¿Para donde vas?

Pienso antes de poner responder, no podría mentirle, soy su amiga y como tal debo ser clara.

—Steven... Quiero irme a casa.

Enciende la lámpara y me mira, me toma la mano.

—¿Por qué?

Me hace sentar y acaricia mi mano. Agacho la mirada.

—No me siento bien, aquí...

Me levanta la mirada tomando mi menton, aún con la cabeza en alto, me niego a mirarlo.

—Mirame Karen.

Lentamente lo miro y acaricia mi mejilla.

—¿Por qué no te sientes bien conmigo aquí? Pensé que te gustaría pasar la noche conmigo.

No es eso Steven, es que me enamoro más de ti.  Cada segundo, cada minutos y horas, es algo más fuerte.

—No sé...

—Yo te llevaré temprano, ahí dice que son las tres de la mañana. Es tarde.

Mis ojos escanean sus labios y desvío la mirada. No puedo besarlo, él tampoco a mi.

—Diablita —susurra ese apodo que me decía en la cama mientras me lo hacía y mi piel se eriza totalmente.

—Angelito —respondo.

—¿Por qué no me quieres mirar a los ojos?

—Por que si lo hago me pierdo en tu mirada.

No Karen, la cagaste, no debiste hablar en voz alta. ¡Carajo!

Pero... Él no me pelea, no me dice nada, parece sonrojarse y besa mi frente, luego me abraza.

—Ay Karen... —suspira y se queda en silencio, luego se aparta y me mira con tristeza—. Eres hermosa, ¿sabías?

Y tú muy bueno cambiando temas.

—Sí, lo sabía.

Y se ríe un poco.

La DiablaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora