Capítulo 7

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- ¿Adonde vas? -gritó Char al ver lo que yo estaba haciendo.

-Debo... -empecé a decir.

-¡Detente!, te lo ordeno.

Me detuve, pero seguí temblando mientras los solda­dos rodeaban la cabana. Sus espadas apuntaron al ogro, que seguía mirándome.

Al fin dio media vuelta y volvió a la penumbra del in­terior.

-¿Por qué le hacías caso? -preguntó Char.

Yo seguía forcejeando con el niño, que tiraba de su pequeña barba y se movía tratando de escapar.

-pwich azzoogh fraecH! -gritó.

Aproveché aquella interrupción para tratar de dis­traer a Char y no tener que responder a su pregunta.

-Tiene miedo -dije por fin.

Pero Char insistió:

-¿Por qué le escuchaste, Ela?

No tuve más remedio que responder.

-Sus ojos... -balbuceé-. Había algo en ellos... Te­nía que hacer lo que me ordenase.

-¿Habrán hallado otra forma de hechizarnos? -se preguntó Char algo alarmado-. Tendré que contárselo a mi padre.

El pequeño gnomo gemía y daba patadas en el aire. Pensé que las palabras de los loros podrían consolarle.

Entonces las pronuncié, confiando en que no fueran ningún insulto:

-fwthchor evtoogh brzzay eerth ymmadboech evtoogh brzzaY.

El niño se serenó y sonrió, mostrando unos dientecitos de bebé.

-fwthcbor evtoogh brzzay eerth ymmadboech ev­toogh brzzaY -repitió. Tenía unos preciosos hoyuelos a ambos lados de la boca.

Lo dejé en el suelo, y nos agarró de la mano a Char y a mí.

-Sus padres deben de estar preocupados -comen­té. No sabía cómo preguntarle dónde estaban, y él qui­zás era demasiado pequeño para contestar.

No se encontraban cerca de las jaulas de las fieras, ni entre el ganado que pacía. Al fin vimos a una vieja gnoma sentada en el suelo, cerca de un estanque. Con la ca­beza entre las piernas, era la pura imagen del desconsue­lo. Otros gnomos buscaban entre los juncos y los setos, o preguntaban a todo el que pasaba.

-fraechramM! -gritó el pequeño gnomo, tirando de mí y de Char.

La vieja gnoma levantó la cabeza, y con la cara llena de lágrimas dijo:

-zhulpH.

Después abrazó fuertemente al gnomito y cubrió su cara y su barba de besos. Luego nos miró y reconoció a Char.

-Gracias, su majestad, por devolverme a mi niete­cito.

Char, turbado, tosió y dijo:

-Es un placer devolvéroslo sano y salvo, señora. Casi se lo come un ogro.

-Char..., el príncipe Charmont, lo ha salvado, y también a mí -dije yo.

-Los gnomos os están agradecidos -sentenció ella, haciendo una reverencia-. Me llamo zhatapH.

Era casi tan alta como yo, pero mucho más ancha. No corpulenta, sino ancha, pues los gnomos crecen a lo ancho tras llegar a la edad adulta. Se trataba del persona­je más majestuoso que yo jamás había visto, y del más viejo, si se exceptuaba a Mandy. Sus arrugas contenían otras arrugas, pequeños pliegues de piel aún más pro­fundos. Tenía los ojos hundidos y de un color cobre turbio.

El mundo encantado de ElaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora