Capítulo 16

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Sir Stephan era realmente hablador. Tenía una peque­ña propiedad en Frell, mujer y cuatro hijas; además de dos perros. Estos últimos eran lo que más amaba. Eran más listos que los cerdos, los gatos y los dragones, y siempre andaban juntos, según decía. Mientras cabalgá­bamos me contaba, una tras otra, historias sobre la va­lentía y la astucia de sus perros.

-¿Cuándo cree que llegaremos a la granja de los gi­gantes? -pregunté cuando dejó de hablar para tomar aire.

-Dentro de tres días, creo.

¡Llegaríamos el día de la boda! Debíamos estar allí antes de que terminase la ceremonia.

-¿Podemos ir un poco más deprisa? Yo no necesito dormir mucho.

-Quizá tú no lo necesites, y yo, por mi parte, tengo ganas de volver con mis compañeros para ayudarles a custodiar a los ogros, pero el caballo sí que necesita des­cansar. Iremos tan rápido como él pueda aguantar.

Espoleé al caballo, esperando que sir Stephan no se diera cuenta. Pero el animal no se dio por aludido.

Sir Stephan empezó a contar un cuento sobre caba­llos agotados y una lucha contra un dragón. Cuando ter­minó me apresuré a cambiar de tema.

-¿Le gusta servir bajo las órdenes del príncipe?

-Quizás otro no respondería a una jovencita -di­jo- pero yo le diré que soy un caballero de carrera.

-¿Y qué significa eso?

-Pues que no soy caballero por nacimiento, y que he tenido que esforzarme mucho hasta llegar a serlo.

-¿Char también ha tenido que esforzarse para llegar a ser príncipe?

-Ésa es una buena observación, jovencita. Nunca he visto a ningún otro muchacho, fuese paje o príncipe, tan deseoso de aprender a hacer las cosas bien.

Según sir Stephan, Char era casi tan maravilloso co­mo sus perros. No sólo tenía ganas de aprender, sino que lo hacía deprisa. Era extremadamente considerado, y buen ejemplo de ello era lo que había pasado cuando sa­lieron de Frell. El carro de un comerciante, que llevaba frutas y verduras, volcó justo delante de ellos.

-Cuando el vendedor empezó a gritar a todo el mundo que no pisara sus preciosos tomates, melones y lechugas, Char nos condujo hasta el carro. Se pasó casi una hora arrodillado, recogiendo la mercancía.

-También fue muy amable cuando me rescató a mí.

-Tú vales mucho más que cualquier fruta aplastada, y además no necesitas ser rescatada. Nunca hubiésemos atrapado a los ogros sin tu ayuda. -Entonces desvió la conversación de nuevo hacia Char-. Es inteligente y juicioso -siguió diciendo-, quizá demasiado formal, incluso serio. Ríe cuando algo es gracioso, pero no se di­vierte lo suficiente. Ha pasado demasiado tiempo junto a los cancilleres del rey. -Sir Stephan se quedó inmóvil por un momento-. Ha reído más en una mañana con­tigo que en dos semanas con nosotros. Debería bromear más con chicos de su edad, pero ellos se comportan con demasiada educación ante un príncipe. -Luego, vol­viendo la cabeza hacia mí, dijo-: Todos excepto vos, se­ñorita.

Yo me asusté y pregunté:

-¿No me he comportado adecuadamente?

-Al contrario. Ha actuado con naturalidad, no co­mo alguien que pertenece a la corte.

«La profesora de buenos modales me consideraría un producto fallido», pensé, y sonreí.

Normalmente dormíamos en posadas. La primera noche me retiré pronto después de cenar.

El mundo encantado de ElaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora