Capítulo 22

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Tras una torpe y última reverencia, Char se marchó.

-Veo que has hecho una nueva conquista, Ela -co­mentó papá.

-El príncipe no... -empezó a decir Hattie.

-No he hecho ninguna conquista -interrumpí-. Tus champiñones ya hicieron una por mí. Además, pron­to Cha..., el príncipe, se irá para pasar un año en Ayorta.

-Querido, ¿tenemos que quedarnos en este vestí­bulo? -dijo Madame Olga, alargando su labio inferior como si hiciera pucheros.

-¡Cariño, estás helada! Nos vamos enseguida -res­pondió papá colocando su capa sobre los hombros de su nueva esposa.

En el coche estaba apretujada entre Hattie y Olive, incómoda pero al menos caliente. Madame Olga casi me aplastó cuando se volvió, ansiosa, hacia papá y dijo:

-Antes me pareció poco apropiado preguntártelo, pero ahora, querido, ¿me dirías a cuánto asciende nues­tra fortuna?

-¿Por qué lo preguntas? Somos igual de ricos que antes, tontita. ¿Piensas que las bodas hacen que se llenen las arcas? -respondió él poniendo un brazo alrededor de su hombro.

-No, cariño -murmuró ella-. Tan sólo quería sa­berlo.

-Pues ya sabes...

-Seré una tontita, pero no lo sé. Quiero decir que sé cuánto tengo yo, pero no cuánto tenemos entre los dos.

Papá se acercó a ella, le puso las manos sobre los hombros y dijo:

-Querida, tienes que ser valiente.

Me preparé para lo que iba a venir.

-Vine a ti como un hombre pobre, ofreciéndote tan sólo mi persona. Esperaba que eso fuera suficiente.

Ella le acarició la mejilla.

-Claro que eres suficiente para mí. -Pero de re­pente pareció entender las palabras de papá y exclamó-: ¿Pobre? ¿Qué quieres decir con eso de pobre? ¿Es sólo una forma de hablar o realmente quieres decir que no tienes dinero?

-De mi ruina pude salvar mi ropa, a Ela y poco más.

-¡Mamá! -chilló Hattie-. Ya te había avisado. ¿Qué le diremos ahora a la gente? Conozco a Ela y...

Los gritos de Hattie quedaron ahogados por los la­mentos histéricos de Madame Olga:

-¡No me amas! ¡Me has decepcionado, amor!

Papá la atrajo hacia sí. Ella sollozó sobre su hombro.

-¿Somos pobres? -preguntó Olive con expresión de pánico-. ¿Nos hemos quedado sin dinero? ¿Vamos a morir de hambre?

-Cállate, Olive -cortó Hattie-. No somos pobres, pero Ela sí lo es. Tenemos que compadecernos de ella, aunque...

Madame Olga volvió a interrumpirla; había dejado de llorar y se zafó de los brazos de papá. Se abalanzó so­bre mí y me arrancó el bolso.

-¿Qué llevas ahí? -gruñó volcando el contenido sobre su falda-. ¿Monedas? ¿Joyas?

Sólo llevaba un pañuelo y un peine, que examinó con detalle.

-Filigrana de plata; me lo quedo -dijo lanzándome el bolso y arremetiendo otra vez contra mí. El coche se movía mientras Madame Olga forcejeaba para arrancar­me la pulsera que llevaba. Intenté apartarla pero se afe­rró con más fuerza a mi brazo.

Papá la apartó y tomándola de las manos le dijo:

-Olga, tú y yo nos amamos. ¿Qué más importa? Además, cuando vuelva a mis negocios recuperaré el di­nero que he perdido, y ganaré mucho más aún.

El mundo encantado de ElaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora