Capítulo 18

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-Quizás es alguien que viene a suplicarte -dijo Cyril-, que viene a pedirte que levantes un encanta­miento que le hiciste cuando nació.

-No la conviertas en ardilla. No podría soportar­lo -dijo Claudia agarrando la muñeca de Lucinda-. No sabes si las ardillas llevan una vida feliz, y estoy segura de que ella preferirá seguir siendo una muchachita.

¡Una ardilla! Tenía que evitar por todos los medios que me convirtiera en una ardilla.

-Abensa eke ubassu inouxi Akyrria -dije esperan­do que hablara ayortano, pues acababa de decirle que no entendía el kyrrian.

La expresión de Lucinda se suavizó.

-Lo siento, cariño -respondió en ayortano-. Te pregunté por qué me mirabas.

-Eres tan hermosa -dije, esperando que pensara que yo era un poco boba.

-¡Qué criatura más encantadora! ¿Cómo te llamas, guapa?

-Ela.

-La belleza no es lo más importante, Ela. Lo que cuenta es lo que hay en tu corazón. ¿Lo entiendes?

-Sí. Siento haberla mirado tan fijamente.

-No es necesario que te disculpes, pequeña. No has hecho nada malo -dijo con una sonrisa deslumbradora.

-Gracias, señora -respondí haciendo una reve­rencia.

-Puedes llamarme Lucinda -contestó levantándo­me la barbilla-. Aunque no me dejan decirlo... -co­mentó señalando a Cyril y a Claudia- resulta que soy un hada.

-¡Un hada! Por eso sois tan hermosa.

-Mis amigos...

-Somos vendedores -dijo Cyril en ayortano, con firmeza-. Vendemos zapatos.

-Para pies pequeños -dijo Lucinda riendo.

-Para niños -corrigió Claudia.

-¡Oh! -exclamé-. Yo no necesito zapatos, pero sí algo de ayuda mágica. ¿Puedes ayudarme, Lucinda?

-No necesitas su ayuda -declaró Claudia-. Es mejor que te vayas, ahora que aún puedes.

-Estaré encantada de ayudarte -respondió Lu­cinda-. ¿Ves, Claudia? Nos necesitan de verdad. Dime, Ela.

-Necesito más valor, si puede ser, señora. Hago cualquier cosa que me ordenen, tanto si quiero como si no. Siempre he sido así, pero me gustaría ser de otra forma.

-La muchacha es obediente por naturaleza –dijo Cyril-. ¿Es uno de tus regalos? Parece que no le gusta ser así.

-Supe lo dulce que eras en cuanto te vi. La obe­diencia es un don maravilloso, Ela, y por eso a veces lo regalo a los recién nacidos. Así que no voy a quitártelo. Sé feliz por haber sido bendecida con esa fantástica cua­lidad.

-Pero... -empecé a decir. Luego me detuve como si la orden de Lucinda no me dejara seguir. Mi humor cam­bió, y entonces sonreí feliz. El hechizo se había conver­tido en una bendición-. ¡Gracias, señora! ¡Gracias! -exclamé olvidando hablar en ayortano. Después le be­sé la mano.

-Venga, venga, no tienes por qué darme las gracias. Lo único que necesitabas era ver las cosas correctamente -dijo dándome unos golpecitos en la cabeza-. Y aho­ra vete, Ela.

Era la primera orden que recibía en mi nuevo estado. Estaba contenta de obedecer y me fui enseguida.

Sabía que era feliz sólo porque se me había ordena­do que lo fuese, pero aquella felicidad era absoluta. Era feliz, aunque todavía recordaba que siempre había odia­do el regalo de Lucinda. Imaginaba futuras órdenes, al­gunas horribles, incluso peligrosas, y me llenaba de pla­cer la idea de cumplirlas.

El mundo encantado de ElaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora