Capítulo 26

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Lucinda soltó un grito. Yo hice lo mismo. Aquélla no era Lucinda, ¿o sí lo era? Sus enormes ojos no eran los mismos. El hada aparecía encorvada a causa de la edad; su piel, antes perfecta, estaba ahora llena de arrugas, y tenía una verruga en la nariz. Lo que estaba viendo era la Lucinda real, una vez despojada de su magia.

-Mandy, ¿quién es ésta? ¡Has traído un humano para espiarme! -Se irguió un momento, y entonces vi el antiguo resplandor de la joven Lucinda que yo cono­cía. A continuación susurró-: Tú me resultas familiar. ¿Eres acaso una de mis víctimas?

Aquélla era mi oportunidad, la oportunidad de lo­grar la libertad que siempre había deseado; la oportuni­dad de escapar de mi nueva familia; la oportunidad de recuperar a Char. Pero estaba tan nerviosa que no podía hablar, sólo asentir con la cabeza.

-¿Qué te hice, pequeña? -susurró, temerosa de mi respuesta.

Al fin pude hablar:

-Me obligaste a ser obediente. Y ahora ya sabes lo que eso significa.

-Sí que lo sé, pequeña.

Me acarició la mejilla, y entonces mi corazón empe­zó a latir con fuerza.

-Pero ahora no puedo ayudarte, porque he renun­ciado a practicar la magia mayor.

-¡Oh, señora! -supliqué-. Sería un regalo mara­villoso, y le estaría siempre agradecida.

-Ela... -me reprendió Mandy.

-Sólo por esta vez. ¿No crees, Mandy?

Lucinda negó con la cabeza y sus grises mechones de pelo ondearon.

-No debo hacerlo. Pero si alguna vez necesitas magia menor llámame. Sólo tienes que decir «Lucinda, ven en mi ayuda». -Me besó la frente-. Ahora ya me acuer­do de ti. Creí que sólo sabías hablar ayortano.

Yo le supliqué, le conté mis problemas, lloré. Ella llo­ró conmigo, incluso aún más fuerte, pero permaneció firme en su decisión. Le pedí a Mandy que la persuadie­ra, pero mi hada madrina rehusó.

-No puedo, lady -dijo-. El hechizo se realizó con magia mayor, y sólo con la misma magia puede rom­perse. Pero quién sabe qué pasaría si la usáramos.

-Sólo cosas buenas, sólo buenas... -dije yo.

-¡No puedo resistirlo más! -gritó Lucinda retor­ciéndose las manos-. No puedo resistir tu pena, peque­ña. -Y dicho esto desapareció.

Salí de la habitación de Mandy a toda velocidad y co­rrí hacia la biblioteca, el único lugar donde podía estar realmente sola, donde nadie podía ordenarme que frega­ra, que cosiera, que lavara.

No podía ir a los bailes de Char. Hattie y Olive irían con Madame Olga. Ellas podrían bailar con él, igual que el resto de las chicas de Frell. Y alguna le atraería. Su naturaleza le inclinaba hacia el amor, y seguro que encon­traría alguien a quien amar.

En cuanto a mí, siempre sería feliz sólo con verle por la calle, aunque él no me reconociera. Mi disfraz de sir­vienta me ocultaría en la distancia, y nunca permitiría que Char estuviera tan cerca de mí como para recono­cerme.

No podía ir a los bailes pero tampoco podía olvidar­me de ellos. Hattie y Madame Olga no hablaban de otra cosa en todo el día. Incluso Olive estaba interesada, has­ta el punto de sentir preocupación por su atuendo.

-Cose mi vestido con hilo dorado -le ordenó a su criada-. No voy a ser menos que Hattie.

Y yo, ¿no tenía el mismo derecho que ellas a asistir? Cocinaba, fregaba y las servía contra mi voluntad.

El mundo encantado de ElaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora