Capítulo 14

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A la mañana siguiente de haber dejado a los elfos, un ogro me despertó golpeándome con un palo.

-¡Despierta, desayuno! ¿Cómo quieres que te co­ma, un poco cruda, al punto o crujiente?

Me rodeaban ocho ogros.

-Sólo te dolerá un ratito -dijo el ogro que me ha­bía despertado con un golpe en la mejilla-. Suelo comer muy deprisa.

Miré a los otros, en un intento vano de encontrar una cara amable. Vi mis alforjas a pocos metros, junto a un montón de huesos. ¡Huesos! ¿De quién serían? No quería ni pensarlo, pero enseguida comprendí que eran del pony. Entonces tragué saliva, me entraron náuseas y me puse a devolver. Cuando terminé el ogro me escu­pió. Su saliva me quemaba la mejilla; me la quité con la mano y también ésta empezó a arderme.

-forns uiv eMMong FFnOO ehfnushOOn -gru­ñó. Significaba algo así como que yo tendría sabor amar­go durante horas. Sabía suficiente ógrico como para en­tender casi todo lo que decían y para saber que no me trataban como a una persona sino como a una cosa.

Una de las mujeres intervino. Pensé que se trataba de una hembra porque tenía menos barba y era más baja que el otro, que parecía ser un macho. Le llamaba SEEf, y le preguntó si pensaba comerme él solo, a lo que el ogro res­pondió que él me había capturado y por lo tanto le perte­necía. De todas formas, añadió, no habría suficiente para todos. Y además ya había dejado que todos comieran del pony. Ella le respondió que el pony se lo habían comi­do la noche anterior y volvían a tener hambre, y que él siempre encontraba mil razones para no compartir nada. Que no le importaba si toda la tribu se moría de ham­bre, siempre y cuando él tuviera su recompensa especial.

Entonces la pareja de ogros se enzarzó en una pelea, y enseguida acabaron rodando por el suelo, mientras el resto los contemplaba.

Aproveché la confusión para buscar un lugar donde esconderme. No muy lejos de allí había un árbol bajo, todavía cubierto de hojas. Pensé que si podía llegar a él y encaramarme, quizá no se les ocurriría mirar hacia arri­ba cuando me buscasen.

Miré a ambos lados. Los combatientes se tiraban del pelo, se mordían y gritaban.

Cuando estaba a medio camino del árbol, uno de los ogros gritó:

-¡Se está escapando, SEEf!

La pelea terminó inmediatamente.

-¡Detente! -me ordenó SEEf en kyrrian.

Intenté avanzar unos pasos, pero mi hechizo no me dejó ir más allá.

SEEf se sacudió el polvo, aunque seguía igual de su­cio, y dijo en ógrico:

-Mira qué obediente es. No hace falta ser persuasi­vo. Ella misma se metería en la cazuela si se lo mandase.

Estaba en lo cierto. Si me lo hubiera ordenado me ha­bría metido en la sartén. Me quedé quieta, simulando no entender qué decían.

Después de discutirlo, decidieron llevarme con ellos. Esperaban cazar otras presas en el camino, y entonces nos comerían a todos a la vez.

Permitieron que me llevara mis alforjas y mi male­tín. SEEf preguntó si tenía algo de comer en ellas y se puso muy contento cuando le dije que sí. Pero cuando abrieron las fiambreras de los elfos escupieron asquea­dos.

-lahlFFOOn! ruJJ! («¡Verduras! ¡Pescado!») -Los ogros hablaban de esas comidas como si fuesen vene­nosas.

SEEf se rascó la cabeza y dijo:

-No sé cómo puede comer esas cosas y seguir te­niendo buen sabor.

-Quizá no sepa bien. De hecho, no nos la hemos comido todavía -comentó el ogro que había avisado de mi huida. Era más joven que los otros, aproximadamen­te de mi edad.

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