Capítulo 23

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Tres días después de que Char se fuera, papá se mar­chó también de viaje. Antes de irse habló conmigo en privado, en el pequeño salón que había convertido en su estudio.

-Partiré al mediodía -dijo-. Gracias al cielo el ha­da me dejó intacto el deseo y la razón y así puedo irme con tranquilidad, a pesar de que echaré de menos a mi Olga cuando esté fuera. ¡Vaya regalo! Si pudiera agarrar este cuchillo -exclamó acariciando la vaina que pendía de su cintura- y separar la parte de mi corazón que per­tenece a mi esposa, sin duda lo haría.

Yo estaba segura de que mi padre nunca se haría da­ño a sí mismo, y cambiando de tema pregunté:

-¿Por qué debo quedarme con ellas?

-¿Adonde irías si no? Recuerda que te escapaste de la escuela de señoritas, y aquí estarás en mejor compa­ñía que si vienes conmigo. No te vuelvas a escapar, por favor.

-Tú eres mejor compañía que ellas -dije. Y era ver­dad; en papá aún quedaba un poco de honestidad, algo de lo que carecían por completo Hattie y Madame Olga.

-Eso sí que es un cumplido. Ven y despídete de tu padre.

-Adiós.

-Te echaré de menos, pequeña -dijo besándome la frente- Laverdad es que prefiero amar a mi esposa en la distancia. Has de saber que tardaré en volver.

-No me importa -respondí, aunque mas tarde des­cubriría que sí me importaba.

En cuanto el carruaje de papá desapareció por el camino Madame Olga se secó las lágrimas y ordenó a un criado que trasladara mis pertenencias a una habitación
del ala del servicio.

Aquella estancia con una ventana minúscula, y sin chimenea, parecía más una celda que un dormitorio. Só­lo había espacio para un jergón en el suelo y para un peque­ño armario. Hacía mucho frío, pues ya estábamos a finales de noviembre. Allí, en diciembre, me convertiría en un auténtico témpano.

Después de que mis cosas fueran trasladadas Madame Olga me mandó llamar. Hattie y Olive estaban con ella, en el salón trasero que daba al jardín. Me senté jun­to a la puerta.

-No debes sentarte en presencia de tus superio­res, Ela.

Sin embargo, no me moví.

-Tú... -murmuró Madame Olga.

-Ponte de pie, Ela -me ordenó Hattie.

Me resistí durante unos instantes, pero luego me levanté.

-Hattie me puso un brazo alrededor de los hombros y dijo:

-Ela será obediente, mamá. Dile a mamá lo obe­diente que serás.

-Seré muy obediente -refunfuñé mientras pisaba con mi tacón el pie de Hattie, que chilló de dolor.

-¿Qué significa esto? -preguntó Madame Olga.

-Significa que Ela hace cualquier cosa que se le or­dene. No sé por qué, pero lo hace.

-¿De verdad?

Hattie asintió con la cabeza.

-¿Quieres decir que también me obedecerá a mí? -preguntó entonces Olive.

-Da tres palmadas, Ela -me ordenó Madame Olga.

Sujeté los costados de mi falda con las manos bien apretadas.

-Sólo tardará un momento -dijo Hattie-. Inten­ta resistirse, mira qué colorada se ha puesto.

Al fin di las palmadas.

El mundo encantado de ElaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora