Capítulo Cuatro

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(Canción: Cherry Flavoured de The Neighbourhood)

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Desde la tarde del lunes —hace una semana— llevo evitando a Enzo a toda costa. En cuanto veo a alguien parcialmente parecido a él, intento evitar pasar por allí. Sí, sé que suena infantil, pero sigo sin aclararme absolutamente con nada y no quiero mezclar lo que sentía en su momento por lo que me provoca ahora. No es justo. Ni siquiera para mí. Por eso ayer me decidí quedar en la cocina ahogando mis penas en la comida recién comprada por Hugo en espera a que el chico de ojos grises se marchase de mi casa. Ni me molesté en ducharme con Bob Marley de fondo. En cuánto tuve oportunidad, me encerré en mi habitación y me quedé observando el techo en busca de unas respuestas que la pintura gotelé no me iba a dar.

Al escuchar cómo una puerta se cierra, me quito los auriculares y los guardo en el bolsillo de mi cazadora vaquera. El profesor —mi favorito— Palacios entra con su chaqueta de cuadros y su pelo repeinado muy del estilo de los cincuentas. El hombre a veces parece que ha viajado en el tiempo o que no pertenece a esta década. Veo cómo enciende el proyector y empieza hablar moviendo su puntero rojizo de un lado al otro de la pantalla. Incluso los que se suelen dormir en su hora parecen atentos a lo que está diciendo.

Tanto movimiento con el puntero llega a marearme un poco. Parece que nosotros somos los gatos y el nuestro dueño porque las cabezas de todos se mueven con la misma velocidad que el señor Palacios mueve su dichoso puntero.

—Bueno y estas serían las bases para el proyecto, ¿qué os parece? —pregunta mientras se guarda su puntero en la chaqueta. Nos observa complacido cuándo asentimos con la cabeza.

«No me he enterado de nada, no os voy a mentir».

Veo como recoge lo que ha usado para su inexplicable y poca entendible exposición y saca un par de veces su reloj de bolsillo para levantar la mirada después en dirección a la puerta. Algunos aprovechan para estar con el teléfono, otros se echan una cabezada en el pupitre —que debe ser incómodo— y luego estoy yo, que me he propuesto hacer un viaje interestelar mirando fijamente un punto en la pared.

Hasta que el silencio en el que se había sumido nuestra aula —exceptuando los susurros de algunos— es interrumpido por la llegada de nuevos alumnos.

—¡Ya están aquí! —exclama el señor Palacios—. Estos son vuestros compañeros de Empresariales. Organizaos cómo queráis, pero tenéis que formar parejas o grupos de tres.

Se deja caer en la silla y nos observa entretenido hasta que parece aburrirse y empieza a teclear en su pequeño portátil. Yo ni me molesto en buscar a alguien, seguramente alguno se quedará sin grupo y pues me juntaré con el susodicho. Retiro la mirada del punto de la pared para centrarla en el chico que se ha sentado a mi lado. Tiene el pelo rapado, mirada castaña y una pequeña marca en una de las comisuras del labio que impone un poco, aunque todo se opaca con las gafas azules que contrastan con su piel oscura y que toquetea todo el tiempo con nerviosismo. Él parece estar incómodo por la situación y yo no sé cómo hacer para que deje de estarlo. Espero pacientemente a que decida a empezar una conversación, pero al ver que no lo hace, decido hablar yo.

—¿Hola?

—Hola... Mmh... yo... me preguntaba si tenías pareja para el proyecto —termina por decir evitando mirarme fijamente.

Niego con la cabeza divertida y él parece relajarse notablemente.

—Soy Teo.

—Inma —digo, estrechándole la mano.

Pasamos la siguiente hora hablando y organizando todos los presupuestos que habría que usar a la hora de construir y poner en funcionamiento un hotel. Hemos empezado por el dinero que tendría que invertir un futuro dueño de hotel —o en mi caso yo— para construirlo desde cero. Sé que hay que invertir mucho dinero si lo tienes que construir desde los cimientos, pero no sabía la gran cantidad que hay de empresas distintas que te ofrecen mil presupuestos distintos.

Tres amores y medio | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora