Capítulo Veintiocho

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Capítulo dedicado a csoridal, gracias por todo el amor que le estás dando a la historia, aunque este no sea el mejor capítulo para dedicarte jeje 🥺❤

(Canción: Love You Twice de Lilia Vargen)

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Mini-maratón por los daños colaterales 1/2

Dio igual cuántas promesas o juramentos fuese capaz de hacerme. Una enfermedad de tal calibre no se podía frenar simplemente con un par de palabras.

El cáncer siguió invadiendo cada parte de su cuerpo hasta que semanas después tuvo que dejar de hacer su vida normal y sustituirla por la rutina de estar en la cama o pasear por los pasillos blancos e iluminados del hospital. Siempre motorizado.

Yo, por otro lado, me hice a un lado en la dirección del hotel. Asistía menos de forma presencial y mi trabajo consistía en estar varias horas pegadas a la pantalla de mi ordenador y con el teléfono móvil cada dos por tres en mi oreja. Era la única manera en la que podía estar con él, el máximo tiempo posible.

Sorprendentemente, ahora, que toda la verdad se sabía a pesar de ser dura y cruda era cuándo mejor estamos. Ahora, que su tiempo conmigo parecía estar en una carrera a contrarreloj, que cada segundo en que inspiraba y expiraba era otro segundo ganado a su lado.

El ruido incesante de una de las máquinas que monitoriza no sé qué logra que me distraiga del informe que tengo que entregar esta tarde. Enzo, sumido en un profundo sueño después de una dura sesión de quimioterapia, ni siquiera se inmuta ante el pitido incesante y agudo que corrompe el silencio tranquilo en el que había estado la habitación. No soy capaz de dar dos pasos antes de que una enfermera entre con prisas y comience a examinarla con rapidez.

—¿Qué tal fue la quimio? —cuestiona cuando el pitido repetitivo cesa.

—Bien, creo. Aunque cada vez acaba más agotado.

A pesar de intentar que no se note la tristeza que me embarga al recordar su imagen sentado en la silla, con el líquido introduciéndose en sus venas mientras disimulaba las muecas de molestia y dolor para no preocuparme, no lo consigo.

Angela, la enfermera, me da un ligero apretón en el hombro antes de sonreírme de esa manera tan maternal, que parece que simplemente con ese gesto es capaz de hacer desaparecer cada uno de tus miedos.

«Ojalá fuese así de sencillo en realidad».

—Solo necesita descansar un poco, cielo. Verás cómo en un par de horas te obliga a dar vueltas como un loco por el hospital —bromea.

Asiento en respuesta. Musito un «gracias» antes de que desaparezca por la puerta. Me acerco a la camilla y me siento en el colchón con cuidado para no interrumpir el sueño apaciguador que mi prometido parece estar experimentando. Acaricio el dorso de su mano con delicadeza, cómo sí, sí aplicase más fuerza de la necesaria fuera a quebrarlo. Enzo se remueve en sueños y yo me quedo estática en mi sitio. Farfulla algo en voz baja que no logro entender. Su cabeza se gira en mi dirección y pestañea un par de veces antes de enfocar su vista grisácea en mí.

Dibujo una pequeña sonrisa en mi rostro. Acorto un poco más la distancia entre nosotros y por acto reflejo acaricio una de sus mejillas huesudas. En tan solo unas semanas, su aspecto ha ido demacrándose un poco cada vez. Tanto, que si me enseñaran una foto de él hace unos meses no hubiera parecido el mismo.

—¿Qué tal has dormido? —pregunto con voz dulce.

Enzo entrelaza su mano con la mía, consiguiendo que sienta el cable frío de la intravenosa en contacto con mi piel. Aunque su tacto cálido lograr opacar lo primero.

Tres amores y medio | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora