Capítulo Veinticinco

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(Canción: Us de James Bay y Alicia Keys)

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Habíamos decidido aprovechar la semana de vacaciones que teníamos los dos en el trabajo y marcharnos de escapada romántica al pueblo de mis padres —y su madre— durante esos siete días. Aunque al final esa escapada romántica acabó convirtiéndose en una escapada familiar al quedarnos en casa de mis padres. Parecían preferir antes la visita de mi novio que la mía. Mi padre había llegado a embarcarse con él  en el velero durante un par de horas cuando ni a Eva ni a mí nos dejaba montar con él, ni siquiera a Nicolás.

Por eso hoy habíamos decidido hacer una escapada romántica de verdad al lago dónde transcurríamos todas las mañanas y las tardes de verano, con amigos o a solas. A pesar de ser febrero, no ha llovido nada en todo lo que llevábamos de semana. El sol reina en el claro cielo. Ni la brisa fría que sopla es capaz de interferir en el ambiente cálido y primaveral que se respira en el estrecho camino que nos lleva a la zona más alejada del pueblo dónde se encuentra el lago.

Algunos mechones ondulados de mi pelo se me pegan a la nuca debido al sudor de estar caminado bajo el sol, pero nada que no haya tenido que soportar antes. Es más, agradezco la calidez que experimento en mi piel al sentir los rayos de sol sobre ella.

Cierro los ojos e inhalo el aroma fresco y natural que se respira. Siento unos dedos entrelazándose con los míos y que tiran de mí hacia un cuerpo atlético. Uno de sus brazos rodea mi cintura mientras él intenta acompasar nuestro paso sin caernos. Sonrío, todavía con los ojos cerrados.

—¿Cómoda? —pregunta divertido.

—Mhm... Aunque si me llevases a caballito estaría mejor.

—Te estás volviendo muy vaga con los años, querida novia. Antes hacíamos carreras, ¿te acuerdas?

Abro los ojos automáticamente y miro por encima de mi hombro encontrándome con su característica sonrisa torcida. Enarco ambas cejas cuándo su mirada ceniza y la mía se encuentran.

—¿Quieres hacer una carrera?

—¿Estás dispuesta a perder? —cuestiona sin disimular la diversión en su voz.

—¿Estás dispuesto a ser un perdedor?

Lo único que recibo en respuesta es una carcajada ronca. Sin embargo, se corta abruptamente y dejo de sentir sus brazos alrededor de mi cuerpo. Cuando me quiero dar cuenta hay un chico de melena castaña y rizada corriendo un par de pasos por delante de mí con la mochila dando tumbos en su espalda. Me quedo unos pocos segundos observando cómo se va alejando hasta que caigo en la cuenta de lo que está haciendo y salgo corriendo detrás de él.

—¡Eres un tramposo! —grito a todo pulmón para que sea capaz de escucharme.

Oigo a la lejanía de nuevo su risa ronca y es lo único que necesito para apretar más el paso e intentar alcanzarle. Otras veces hubiera andado con cuidado por la pequeña cuesta de tierra, dónde las piedras sueltas siempre se desprenden y alguien acaba cayéndose, no obstante, estoy tan enfocada en ganarle al capullo que ha hecho trampa que soy capaz de bajarla corriendo y sin caerme.

Al llegar al inicio del estrecho camino que desemboca en la entrada arbolada del lago doy un último sprint para llegar al final. Lo que no me espero es chocar contra la espalda de alguien que se ha frenado delante de mis narices, literalmente.

Enzo se gira sobre sí mismo y me observa con ambas cejas enarcadas sin ser capaz de disimular la diversión en su rostro.

—¿Qué te hace tanta gracia?

Tres amores y medio | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora