Capítulo Veintisiete

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(Canción No te vayas de Alice Wonder)

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Cuando todo parecía que había vuelto a la normalidad, un nuevo cambio provocó que no fuese capaz de bajar la guardia. Un pequeño cambio insignificante que debió darme la pista final de lo que sucedía, pero que no logré comprender hasta más tarde.

Los rizos castaños de mí, ahora, prometido desaparecieron de un día para otro.

No dijo nada. Ni siquiera me lo comentó. Se marchó una mañana con su melena castaña y rizada y volvió sin ella, con su cabeza rapada.

Sigo intentando no darle demasiadas vueltas al asunto. Enfoco mi atención de nuevo en lo que está diciendo el hombre trajeado que no deja de pasar diapositivas en la reunión. Hago como que apunto lo que nos explicas, pero me encuentro con la hoja en blanco de mi ordenador. Observo a mi lado a un Teo divertido por mi viaje astral. Miro de reojo la hoja del suyo y me la encuentro llena de texto.

—¿Sabes que me encanta tenerte como socio? —murmuro.

—Luego te lo paso por correo, no te preocupes.

Le muestro un atisbo de sonrisa en agradecimiento. A pesar de no ser una sonrisa completa, me ha costado horrores poder dibujarla en mi rostro cuándo últimamente lo único que quiero hacer es ponerme a llorar. A veces, parece que avanzamos cinco pasos hacia adelante y al mínimo descuido hemos retrocedido diez sin ninguna explicación racional posible. O por lo menos, Enzo no se ha preocupado de dármela y yo he acabado resignándome y tampoco se la he pedido.

El ruido de sillas siendo arrastradas logra que vuelva a centrar mi atención de nuevo en lo que está ocurriendo a mi alrededor. Uno a uno los empresarios con los que llevamos trabajando estas últimas semanas van marchándose de la sala de reuniones dejándonos a Teo y a mí solos.

—¿Un café? —pregunta a la misma vez que se coloca bien sus míticas gafas de pasta azul.

—No me vendría mal.

—¿Aquí o fuera?

—No tengo muchas ganas de salir, si no te importa, claro —respondo, desganada.

Teo niega con la cabeza, mostrándome una pequeña sonrisa antes de salir de la sala en dirección a la cafetería que hay en la planta de abajo. Mientras tanto, yo aprovecho para recogerme el pelo y quitarme la incómoda chaqueta. También miro el móvil para ver si me ha llegado algún mensaje nuevo, pero no hay nada. Ni siquiera de él.

No obstante, la llegada de Teo me impide darle más vueltas al asunto. Deja delante de mí un vaso de cartón del que sale un humo espeso impregnado del olor amargo del café. Apoyo ambas manos en el vaso, disfrutando del calor que desprende por la bebida humeante.

—¿Quieres hablar ya o vas a seguir haciendo cómo que todo está bien? —cuestiona entre sorbo y sorbo.

—¿Tanto se me nota?

—Has pasado mitad de la reunión con la mirada fija en el becario sin ni siquiera pestañear. No has hecho ni un solo comentario.

—¿No puede ser que me haya interesado? —pregunto en respuesta.

—¿A ti? No, eso es imposible. Aparte de tu socio, soy tu amigo y te conozco. Ahora dime qué es lo que te sucede.

—¿En qué momento de los cuatro años de carrera de empresariales la cambiaste por psicología?

—En el preciso momento que elegí trabajar contigo —bromea.

Estoy tentada a reírme por ello, pero no soy capaz de emitir ningún sonido. Aun así, una pequeña sonrisa aparece en mi cara, logrando que otra se dibuje en el rostro oscuro de Teo.

Tres amores y medio | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora