Capítulo Veinticuatro

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(Canción: Burning de Sam Smith)

Irlanda tiene un montón de lugares que visitar que nunca habían llamado mi atención. Al final de la semana soy capaz de recorrer las calles de Dublín sin necesidad de ir mirando el GPS. El ambiente callejero es muy diferente al español. Los artistas y músicos callejeros no están tan mal vistos y reciben un mayor apoyo del que recibirían en las calles españolas. Siempre que andamos por la avenida central alguna de las fundas instrumentales consigue una moneda de mi parte.

He acabado acostumbrándome al frío, aunque no demasiado. Sigo llevando mi abrigo y mi bufanda a todas partes mientras que el chico que camina a mi lado simplemente viste un jersey con las mangas arremangadas y su abrigo colgado en el brazo libre que no rodea mis hombros.

De forma rutinaria andamos por las calles de alrededor del hotel en busca de un nuevo lugar de restauración. Entre mi novio y sus amigos he acabado comiendo la mayoría de platos típicos del sitio. Incluso llegamos a ir un día a casa de Kenji y nunca en mi vida había comido mejores tallarines. Ni siquiera los del restaurante que tenemos debajo de casa en España y que a Iván tanto le gusta.

Un pequeño garito con un cártel parpadeante dónde descansa «Fish and Chips» llama la atención de mi chico. Me arrastra al interior del pequeño lugar. El olor a fritura inunda mi nariz de golpe. A pesar de ser pequeño, tiene bastantes clientes en comparación al tamaño. Con curiosidad observo que es lo que sirven y soy capaz de ver a un grupo de adolescentes con cajas de cartón con la tapa abierta dejándome ver el interior de esta conformada por un lomo de pescado frito y una cantidad desproporcionada de patatas fritas.

No obstante, el estómago me ruge en respuesta al ver la comida. Una pequeña risa se escapa de los labios de mi novio al escucharlo.

—¿Tienes hambre después de lo que comimos con Charlie y Scarlett? —pregunta divertido.

Hoy al mediodía las chicas habían acabado convenciéndome para que fuera con ellas a comer y acabé arrastrando a Enzo conmigo. No iba a ir yo sola. El restaurante era increíble y el aroma a comida lograba que el hambre solo incrementase por momentos. Les dejé pedir por mí y según ellas había que aprovechar el increíble «Sunday Roast» que tenían los domingos y eso comimos. O de una manera un poco personalizada.

Mi carne se la di a mi novio mientras el montón de verduras que había en su plato me lo daba él a mí. Pensé que me quedaría con hambre, pero nada más lejos de la realidad. Aunque lo mejor sin duda fue el crumble.

—No me lo recuerdes que me entra más hambre.

—¿Qué dirían Iván y Mar si te vieran comer tanto?

—Es culpa tuya por malcriarme.

Enzo abre la boca para responderme, pero la voz grave del cocinero hace que los dos desviemos nuestra atención a él. Nos acercamos al mostrador y Enzo pide nuestros fish and chips. Tarda menos de diez minutos en volver al mostrador con dos pequeñas cajas de cartón. Mientras él paga nuestro pedido yo las cojo y me doy cuenta del tremendo error que he cometido cuando siento el calor ardiente que desprende la comida a través del cartón. Muerdo mi labio inferior intentando contener el grito que se quiere escapar por ello.

Be careful, the boxes are pretty hot —dice el cocinero, ligeramente divertido.

«Ya incluso el cocinero irlandés se burla de mí».

Nos despedimos de él y salimos de vuelta a la fría noche. En cuánto perdemos el garito de vista y sé que nadie más aparte de Enzo va a juzgarme le doy las cajas a él mientras sacudo las manos y les echo aire intentando disminuir la sensación abrasadora que experimento.

Tres amores y medio | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora