«Bebé en camino»

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<< Bebé en camino>>

(Canción Her de Anne-Marie)

Me dejo caer en el sofá tras un suspiro. En estos últimos días todo me supone un esfuerzo. Hoy solo me he limitado a dar un paseo y limpiar la casa por encima y estoy tan agotada cómo si hubiese corrido una maratón. A pesar de ser por la tarde, el cielo ya se ha tornado de un color más oscuro, casi negro. Agarro una de las mantas del cesto y me tapo con ella antes de encender el televisor.

Observo con aburrimiento el programa de televisión. Mis párpados pesan y no tardo en sucumbir al sueño.

Una voz aguda, que suena muy cerca de mí logra que abra los ojos. Lo primero que reconozco son sus dos iris grises y sus rizos castaños, que rebotan ante el movimiento enérgico. Sus labios carnosos están curvados hacia arriba, dibujando una sonrisa desdentada en su rostro aniñado.

Ma-á —grita de nuevo.

—Hola, cariño —lo saludo intentando imitar su energía.

Me siento en el sofá. El pequeño me imita y se sienta a mi vera. Estiro la manta para que nos proteja a los dos del frío.

—¿Qué quieres ver en la tele? —pregunto.

Él niega con la cabeza haciendo que sus rizos se muevan de un lado al otro. Forma un puchero a la misma vez que frunce el ceño. Debo reunir toda mi fuerza de voluntad posible por no sonreír ante su mueca.

—¿Qué quieres hacer, entonces?

Pero antes de que pueda responder siento una patada dentro de mí. De forma automática poso mi mano encima de dónde ha golpeado, sintiendo de nuevo otra patada. Antes de darme cuenta una mano más pequeña se encuentra encima de la mía. Desvío la vista de mi barriga abultada para centrarla en mi pequeñín, que observa todo embelesado.

—¿E-ter? —cuestiona con voz chillona e infantil.

—Sí, Enzo. Es Esther.

Ahora en vez de tener una mano, tiene las dos apoyadas en mi barriga. Se queda estático, en espera a que su hermana vuelva a hacer algún movimiento. Esta vez, el golpe es más débil y sé que ha sido con la mano.

Mis ojos no dejan de bailar entre mis dos hijos. Acaricio sus rizos castaños y rebeldes que tanto me recuerdan a él. Sus ojos grises vuelven a clavarse en mí, con la emoción reflejada en ellos.

Quere sali —dice, señalando con sus regordetes dedos la zona que se abulta un poco más debido al movimiento del bebé.

—Le queda poco, cariño.

—¡E-oy! ¡E-ter!

Veo cómo se levanta del sillón, tirando la manta al suelo. Escucho sus pasos torpes por la casa. Me giro ligeramente para no perderle de vista. Enzo entra a la cocina pegando chillidos, entusiasmado. Por el mismo marco aparece segundos más tarde acompañado por Eloy. Es raro verlo con camiseta y pantalón de chándal cuando se pasa media vida vestido con trajes, aunque no le quita el encanto habitual que tiene.

Se deja arrastrar por la sala hasta llegar a mi altura. Me ofrece un atisbo de sonrisa antes de centrarse de nuevo en el pequeño alborotado.

E-ter quere sali —anuncia Enzo, tirando de la mano de Eloy para que la coloque encima de la barriga.

Eloy se agacha para acabar cara a cara con ella. Deja un beso en mi piel en el momento justo en que Esther decide volver a hacer de las suyas.

—¿Cómo está hoy, mi guerrera? —pregunta, adquiriendo ese tono agudo que usa todo el mundo con los bebés.

—Ganas de dar guerra sí que tiene.

—¿Qué necesitas?

Sus facciones pasan de la alegría a la preocupación en un segundo. Niego con la cabeza, sonriendo. Hago un hueco a mi lado en el sofá y palmeo el lugar. Eloy capta la indirecta a la primera y se sienta junto a mí. Me acomodo, apoyando mi cabeza en su hombro mientras que nuestras manos se entrelazan. Enzo no pierde el tiempo y se sienta encima del regazo de Eloy. Sus pequeñas manos inquietas vuelven a estar sobre mi barriga, alborotando a su hermana.

El silencio solamente es interrumpido por los balbuceos de mi hijo, que parece entretenido en hablar con su hermana. Por otro lado, nosotros no hablamos. Le doy un ligero apretón a través de nuestras manos enlazadas, captando su atención. Sus ojos negros como la noche recorren mi rostro con detenimiento hasta enfocarse en mis labios. Intentando no apretujar a Enzo en el proceso, posa sus labios en los míos.

Oigo ruiditos extraños al separarnos. Cuando me quiero dar cuenta, mi hijo está haciendo morritos. Vuelvo a mirar a Eloy que lo observa divertido. Acerco mi mejilla a sus labios y este me da un sonoro beso antes de sonreír, mostrando el pequeño diente que comienza a salirle.

—¿Le has enseñado a mamá el dibujo que has hecho hoy?

Enzo dirige su mirada grisácea a Eloy. Niega con la cabeza. Se baja del regazo de él y desaparece del salón en busca de su mochila. Miro por encima de mi hombro, por si acaso y me lo encuentro rebuscando en su mochila de Power Rangers —regalo de su tío Iván—. Tras sacar un folio de papel un pelín arrugado, vuelve al sofá con nosotros.

Diujo para tu. —Me entrega la hoja, llena de colores.

—Gracias, bebé —digo antes de besar su frente.

Vuelve a subir al regazo de Eloy y comienza a señalarme quién es quién.

Ete E-oy, E-ter, Ma-á, Pa-á y o.

En el orden en que lo ha dicho aparece un muñequito vestido de traje y con un par de rallones negro dónde supongo que será su cabeza, es Eloy sin duda alguna. Al lado de este, en un tamaño muy pequeño hay uno que está llorando, supongo que ese será Esther. Luego estoy yo, no tardo en reconocerme porque ha pintado los ojos de un color verde que destaca sobre el resto. Y, por último, hay un muñeco con rizos en su cabeza que le coge la mano a otro muñequito igual pero más pequeño que el primero.

Aunque intento contenerme, no puedo evitar que se me escape una lágrima ante la imagen infantil de los dos Enzo juntos.

—¿No é gusta? No llore.

Noto una de sus manos acariciando mi mejilla. Retiro el rastro de lágrimas en un solo movimiento y me obligo a sonreír para que mi bebé no se preocupe. Antes de centrar mi mirada en él, los ojos negros de Eloy captan mi atención. Siento un apretón a través de nuestras manos y es la fuerza final para ser capaz de recomponerme.

—Es precioso —susurro, como si fuese un secreto entre los dos.

N/A:  Y este es el otro extra sorpresa.

N/A:  Y este es el otro extra sorpresa

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Tres amores y medio | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora