Capítulo 16

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Narrador omnisciente.
Domingo por la noche.

Tamborileaba los dedos sobre la sucia superficie de la mesa.

El foco a punto de averiarse producía un ruido raro que la estaba volviendo loca y, por si fuera poco, tendía a apagarse en ratos durante un segundo o menos.

Su cabello rubio estaba hecho jirones. Ni siquiera recordaba la última vez que se duchó. Su rostro sucio, los pegostes de maquillaje de días pasados y la mugre bajo sus uñas hablaban por sí solos.

Finalmente, luego de mucha espera, la cerradura de la vieja puerta comenzó a crujir, anunciando la llegada de... él.

La rubia levantó su cabeza y clavó ahí sus ojos azules, viendo como la abertura se expandía cada vez más, dejando entrar la oscuridad de la noche.

Una bota sucia fue lo primero que emergió de la penumbra, luego el pantalón vaquero y finalmente la camisa de franela.

Ella notó como el sudor empañaba la piel grisácea y áspera de aquel hombre. Así mismo, este se pasó la mano temblorosa por encima de la cabeza rapada, gesto que hacía únicamente cuando estaba nervioso.

Fue por eso que tragó saliva sonoramente. Presentía que no habría buenas noticias.

Aun así decidió preguntar, casi rezando para escuchar la respuesta que deseaba.

—¿La tienes? Dime que la tienes.

El hombre se encogió de hombros y le mostró sus callosas manos vacías.

—Ese hijo de puta —gruñó y, por un momento, lucía exactamente igual que un perro rabioso—. Casi me hinqué a sus pies, pero no quiso darme ni un maldito gramo de cocaína. Dijo que ni siquiera me le acerque a menos de que lleve dinero conmigo.

—¿Lo intentaste con alguien más? —preguntó ella entrando en pánico. Era un miedo tan palpable que incluso sus ojos vidriosos la delataban.

Ambos, tanto Limh como Hyo, estaban sufriendo una crisis de abstinencia.

Hacía varios días que no se metían absolutamente ningún tipo de droga. Esto, obviamente, no por voluntad propia.

Se encontraban al borde de la ruina total. Habían vendido todo lo que poseían de valor, lo único que les faltaba era ofrecer sus almas a Satanás, pero ni siquiera eso les hubiera alcanzado para sustentar su vicio.

La desesperación corría rápido por sus venas y se estaban volviendo locos tratando de encontrar una solución. Tratando de sacar droga, la que fuere, hasta de debajo de las piedras.

—¿Tú crees que no lo hice? ¡Claro que lo intenté! Pero se ha corrido el rumor de que no pagamos y ya ningún dealer de la ciudad confía en nosotros.

—¿Fuiste con el jefe?

—¿Estás loca? —le preguntó con tanta rabia que incluso le dio un empujón.

Limh cayó al piso, pero no se levantó porque se sentía totalmente desprovista de fuerzas.

—Estoy desesperada. El jefe también es una opción...

—Una opción si quiero morir —rugió—. Sabes que le debemos muchísimo dinero. Me hubiera matado por mi descaro. Necesitamos, al menos, ochocientos mil won para pagarle y conseguir un poco de droga.

—¡Ya lo sé!

—¡Entonces deja de hacer preguntas estúpidas!

Y la tomó con fuerza de un brazo para obligarla a levantarse. Limh gruñó de dolor, pero aun así no logró zafarse.

¡Hola, papá! [Eunhae]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora