EPÍLOGO

40 6 1
                                    


EPÍLOGO

Los justicieros miraban desde la parte más alta.

- ¿Listo, Toro?- preguntaba John Reid.

- Listo, kemosabe, esos hombres no quedarles ganas de volver a robar.

Ambos se desplazaron rápidamente por la colina y detuvieron el tren antes de que los que escapaban pudieran lograrlo.

Toro jaló la palanca y el tren tuvo que frenar. El Llanero entró en el vagón donde los forajidos se habían subido y con sus balas los hizo saltar.

Una vez abajo, ambos los acorralaron y los hombres tiraron las armas.

Más tarde, volvieron amarrados hasta la comisaría.

- Bien hecho- dijo el sheriff- por fin vamos a tener fuera de la jugada a este par.

- No hicimos más que nuestro deber- comentó John Reid.

El sheriff trató de condecorarlos, pero ya se habían marchado colina arriba.

- ¿Qué tal esta captura?- preguntó el Llanero a su amigo.

- Todo salir bien, kemosabe, aunque al principio yo dudar...ser difíciles de capturar.

Mientras avanzaban, John Reid comentó.

- Yo ya tengo ganas de ver a Rebecca.

- Y yo...de ver a Kuuna Nami y a hijo, Kuuna Tuinïhpï...

- Querrás decir: Thomas- comentó John Reid.

- Nombre blanco no gustarme, gustarme más nombre comanche.

- Oye, y ¿qué cara crees que va a poner Mildred Carter? Recuerda que ya tiene casi un año que no bajas.

Toro asintió.

- Yo tener miedo...ella a veces enojarse mucho pero hoy llevar regalo para ella y para hijo...

John Reid sonrió. Esperaba que su amigo tuviera buena suerte.

El pequeño Thomas ya estaba vestido y arreglado.

Clarence, la nana, dijo a Mildred.

- Bueno, ya está todo listo para celebrar el cumpleaños del pequeño.

Pero Mildred no estaba feliz del todo.

- Me imagino...es por él, ¿cierto?

- Sí...ya para un año que no sé nada de él.

- Tranquila, verás que todo está bien.

El pequeño jugaba con sus caballos y ella le decía.

- Mira, amor, un caballo como éste es el de papá.

- ¿Papá, Toro?- preguntó el niño.

- Sí, mi vida, papá Toro.

El niño sonrió y partió más tarde su pastel.

Había muy pocas mujeres, ya que todas miraban mal a Mildred por tener un hijo de un indio comanche. Pero ella no les hacía caso.

Más tarde, cuando ya se habían marchado los invitados, Mildred dijo a Clarence.

- Es mejor que te vayas a dormir...yo me quedaré un rato más despierta.

- ¿Quieres que me lleve a dormir a Thomas?

- No- dijo Mildred- yo lo dormiré.

Entonces comenzó a cantar una canción de cuna.

De pronto, un silbido alertó a Honey y al potrillo que estaba junto a ella.

El pequeño despertó. Mildred se asomó por la ventana. Honey y Scout recuperaban el tiempo perdido.

La sombra de alguien se acercaba a la casa.

Mildred tembló.

- Ho- dijo Toro.

La mujer lo saludó con lágrimas en los ojos.

El indio entró y cargó en sus brazos al bebé.

- Mi pequeño coyote...-dijo dulcemente.

- Pa-pá Toro- dijo el niño.

El comanche sonrió y se emocionó también.

Luego, ellos se miraron profundamente.

- ¿Por qué no habías venido?

- Yo tener muchos pendientes...pero hoy ser día especial...

Ella lo dejó pasar. Toro le mostró dos dijes.

- Este ser para ti...y este para él...-comentó el indio.

Mildred sonrió.

- Gracias. Pero el mejor regalo es que estés tú.

Después de un rato, conversaban.

- Entonces, ya los entregaron a las autoridades.

- Así ser...forajidos ya estar tras las rejas.

- No entiendo por qué siguen robando.

- ¿Qué saber de hermanos?- preguntó Toro.

- Los comanches se han ido yendo. Sólo el gran jefe sigue ahí. Todos esperan que pronto sus derechos sean respetados.

Toro asintió con tristeza. Podía pasar mucho tiempo antes de eso.

Más tarde, cuando la luna se asomó, el pequeño dormía ya plácidamente en su cuna, Mildred cerró la puerta del cuarto y permaneció un rato en la ventana.

- ¿Qué es lo que deseas hacer...en este momento?- preguntó ella dulcemente a su oído.

- Lo que la mujer mestiza querer...- respondió él en el otro oído.

La dulzura del tono la hizo estremecer y ambos se atraparon en un beso apasionado. El comanche apenas reparó en la forma en que desató el broche del vestido y sus manos se posaron en los listones del corsé.

El ligero vestido de lino apenas escondía las evidencias del deseo que ella escondía en su ser.

Toro la tomó en peso y la subió a la ventana la cual cerró con el postigo.

Las manos expertas del indio repasaron su fisonomía, para detenerse en los montículos que decoraban su pecho. Éstas encontraron un punto álgido y deseado que al ser ligeramente acariciado la hizo echar su cabeza hacia atrás para soportar la deliciosa presión que Toro ejercía en ella.

El tiempo se detuvo para ambos. Una y otra vez el cuerpo de ella se movía en el de él, generando espasmos en los dos, que los hacían gemir dulcemente.

La pasión se incrementó y pronto ambos, al natural, se amaban tiernamente.

El sueño los dejó vencidos y cansados de tanto amor.

Al día siguiente, Toro disfrutó de las travesuras de su pequeño hijo.

- Toro...¿siempre será así?

- No saberlo...sólo saber que siempre que estar aquí, yo sentirme mejor y más libre. Pero tú conocerme...yo comprometerme con Kemosabe, juntos trabajar, juntos defender Texas...

- Sí, lo sé, sólo quiero que vengas pronto y que veas a tu hijo.

- Yo hacerlo...por cierto...tú tener que irte unos días montaña arriba. Enemigos tratar de buscarte...

- Tienes razón. Mañana mismo me iré con el niño.

Toro asintió. Tal vez pronto la vería más seguido.

Y en la mañana, tras un dulce beso, se separó de ella y subió en Scout para perderse en la montaña junto a su inseparable amigo, el Llanero Solitario.

TORO Y LA REINA DE CORAZONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora