A la mañana siguiente estaba muy distraído, no podía sacar a Christine de mi cabeza la tristeza en su tono de voz, aquellas lágrimas que pude sentir, pero no me dejo ver. Salí de mi habitación y pude escuchar los quejidos de una Christine molesta, baje las escaleras un tanto lento y antes de entrar a la cocina suspire tratando de llenarme de valor. Al entrar todos se quedaron viéndome en silencio, un muy incómodo silencio.
-¿Qué?-murmuré
-Christine, ella-
-¡No puedes irte!-exclamo Christine interrumpiendo a Denisse.
-Christine, ya habíamos hablado de esto-dije lo más serio posible mientras me dirigía a la heladera. Si lo pensaba bien, eran muy pocas las ocasiones en que le decía “hermana” creo que en ese entonces pensaba que: entre menos lo dijera menos me aferraría a ella de esa manera. Pero la verdad era que no podía cambiar la realidad.
-Pero, pero. ¡No puedes irte!-chillo nuevamente lo cual me parecía gracioso.
-Si puedo.-respondí mientras tomaba una soda y escondía una sonrisa.
-Entonces no debes-insistió
-Si debo…-me limite a decir. En realidad si debía ir, mi madre me había dejado la casa y quería reclamarla inmediatamente cumpliera 18(lo cual pasaba antes de la graduación) sin mencionar el local de la tienda que también estaba a mi nombre.
-¡Papá!-exclamo Christine buscando su apoyo. No lo encontró.
-Christine, Michael ya tomo una decisión y nosotros aceptamos a ayudarle en lo que necesitara.
-¡Entonces iré con él!-dijo cruzándose de brazos. Casi me ahogo con la soda y Denisse y mi padre me miraron. Un nudo se formó en mi garganta y esperaba que de mis labios no saliera lo que pensaba.
-No.-respondí de manera automática. Ella me miro con sus ojos cristalinos por las lágrimas, sus hermosos ojos verdes. Bajo la vista y salió corriendo. No otra vez. Pensé, seguido de las miradas de Denisse y mi padre.
-Ustedes no sirven como padres-musite y fui tras Christine.
Cuando logre alcanzarla estaba a punto de salir de la casa, la tome de los brazos pero forcejeó tanto así que me dio un codazo en la barbilla. La sostuve con más fuerza.
-Christine, cálmate.-le dije lo más calmado posible.
-No, no me calmo. No hasta que me digas que puedo ir contigo-dijo y me miro directo a los ojos. Amaba a Christine, la amaba demasiado. Pero las cosas no podían seguir así, éramos hermanos y aunque no había ningún lazo sanguíneo. Mi lado moral me lo impedí, me impedía ser abierto en cuanto mis sentimientos, me impedía ver más allá de lo que es la realidad.
-¿Te parece si damos un paseo?-pregunte con una leve sonrisa.
-Está bien.-murmuro haciendo un puchero y apartando la vista.
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Minutos después nos encontrábamos en una heladería. Ella disfrutaba de una paleta de chocolate y yo de un cono de vainilla. Al parecer hay cosas que no cambian.
-Christine.-la llame rompiendo el silencio.- ¿Por qué quieres venir conmigo?-ella bajo la vista y comió de su paleta.
-Porque sí.-se limitó a decir.
-Christine.-la mire y arquee una ceja.
-Es que-suspiro-Si tú te vas, qué es de mi-alzo la vista y me miro con los ojos cristalinos.-Eres mi hermano, y prácticamente solo te tengo a ti; siempre ha sido así.-volvió a suspirar.-Mamá casi nunca esta, y es raro cuando papá pase la noche en casa… Si tu no estas entonces… Entonces yo me quedo sola…-al terminar las lágrimas se les escaparon y empezó a llorar.
-Oh, pequeña…-me senté a su lado y seque sus lagrimas