Capítulo 3

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Me apoyo en la encimera, lista para empezar el paquete de galletas que he comprado hace media hora

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Me apoyo en la encimera, lista para empezar el paquete de galletas que he comprado hace media hora. Dylan y Brittany no están, a si que tengo toda la casa para mí.

Como una chica normal de mi edad, montaría una fiesta, incluso si son las once de la mañana, e invitaría a mis amigas de la universidad y sus novios de fraternidades distintivas a la mía, pero ya no soy universitaria, y si alguien monta una fiesta a las once de la mañana y me invita, declinaría la invitación.

Tampoco tengo nada que hacer, a si que enciendo el televisor y me tumbo en el sofá, pero a esta hora solo hay programas de debate que no me apetecen ver. Podría decir que odio que uno de mis días libres sea los jueves, porque es entre semana y los sábados hay más cosas que hacer, pero en realidad mi vida es igual siempre. No tengo nada que hacer. Ni siquiera limpiar, porque Dylan ya lo hace todos los días. La casa está impoluta siempre.

Tampoco puedo salir con alguna amiga, perdí el contacto con las chicas del instituto al empezar la universidad en otro estado el año pasado y la única amiga que conservo de esta sigue en California, mientras que yo he vuelto a Nevada. No tengo planes familiares con papá ni puedo salir con Britt.

Si, no tengo planes a la vista.

Me llevo una galleta a la boca. La previsión para esta mañana libre es una borrasca de aburrimiento que traerá consigo chubascos de pereza incluso para levantarse a mear. Me planteo mandarle un mensaje a Estelle, pero seguramente no me conteste porque a estas horas estará en clase. Igualmente lo hago.

Jackie: previsiones para hoy: mañana de mierda y día libre desaprovechado haciendo nada.

Apago el teléfono y lo lanzo al otro lado del sofá. Incluso la galletas me saben algo mal. A rancio. Quizás, (solo quizás) es porque me he levantado de muy mal ánimo, cual a empeorado cuando me han endosado la tarea de comprar para hacer "una escapada romántica" durante un par de horas.

Tengo que matar el aburrimiento. Me levanto y apago la televisión. Agarro un altavoz y lo pongo. La música empieza a reproducirse y decido que por fin voy a ordenar las bolsas de la compra. La melodía inunda el salón-cocina y está tan alta que seguro que molesta a los vecinos, pero no creo que se quejen. Cuando yo escucho ruidos extraños y gemidos a las cuatro de la mañana no lo hago, a si que no veo el motivo por el cual podrían hacerlo ellos.

Muevo las caderas al ritmo de la música y empiezo a sacar productos. La cocina es pequeña a si que no doy mucho paseos, aunque es gracioso que vaya de un lado a otro para colocar las cosas. No lo agrupo por lugares y lo voy haciendo según me venga bien. Sonrío inevitablemente, una vez más, soy un poco desastre.

Abro uno de los armarios y al fondo veo una botella de vino blanco. Frunzo el ceño. Yo no lo he comprado, soy menor de edad todavía, aunque ya he bebido antes. No me lo venderían ni aunque tuviera veinticinco, la gente siempre me dice que parezco más pequeña de lo que soy. Sé que la botella no es mía... pero, ¡que diablos! La parejita no está en casa para saber si tomo o no su vino caro. A demás, solo será un sorbito.

El chico de las constelaciones en la espalda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora