Las estrellas se reflejan en el lago, el viento azota levemente mi pelo y yo me encojo para no tener frío.
A mi lado, Owen está diciendo algo sobre los tipos de árboles del parque, pero no le estoy escuchando. Entre tú y yo, le dejé de escuchar hace mucho, mucho, rato.
Su pelo sigue cayéndose por su frente, y el cuello de su chaqueta está un poco movido, por eso ahora estoy mirando la tinta que cubre su piel en esa parte, pero, como todas las veces que he intentado averiguarlo, no consigo descifrar qué es.
Alzo la mirada al cielo y veo la noche oscura, adornada por perfectos puntos brillantes, que no conseguiría distinguir ni en un millón de años.
Owen deja de hablar y aparto los ojos del cielo para mirarle a él. A los suyos, orbes marrones, con motas de color chocolate debajo.
Ojos miel, motas chocolate... ¿por qué le comparo con alimentos?
También se gira y se queda en silencio, inclinado la cabeza un poco. Estamos sentados en uno de los bancos alrededor del lago, y ya es tarde, más incluso que la otra vez. Ya no hay nadie cerca, e incluso los patos se han ido a descansar.
Como su cabeza se inclina, la piel de su cuello se estira, y la tinta se hace más presente. Sigue el camino que dibujan mis ojos y se da cuenta de que miro su tatuaje.
Sonríe (¿por qué sonríe tanto?), y vuelve a poner la cabeza recta. Mira al cielo, donde yo estaba mirando.
—Eso— levanta el brazo y señala las estrellas—, es la Osa Mayor. ¿La ves?
No.
No soy capaz de distinguir siquiera a qué punto está señalando, y como no quiero fingir, sé lo cuento.
Pero no puedo hablar. Llevo sin poder hacerlo desde que hemos salido de su casa. Cuando abro la boca me sale un lío de palabras estúpido, y yo me siento más estúpida aún porque no soy capaz de controlarme. La cercanía de antes me ha dejado trastocada, y lo está haciendo ahora, de nuevo, porque ni en mil millones de años me habría imaginado que estaría a punto de explicarme las constelaciones.
Niego con la cabeza y entreabro los labios.
—¿A donde señalas exactamente?— la voz me sale quebrada.
Maldición, se suponía que esto de dejarse llevar por las hormonas lo hacen las niñas de instituto, no las niñas de universidad.
Su voz suena grave y ronca cuando responde:
—Al frente.
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El chico de las constelaciones en la espalda
RomansaJacqueline Clarke dejó la universidad el año pasado, y ahora su vida se ha vuelto un completo quebradero de cabeza: trabajar en la tienda; ayudar a Brittany con el embarazo y soportar a Dylan; y aprender a lidiar con el misterioso y guapo chico que...