El bostezo me sale involuntario. No puedo evitarlo, llevo un cansancio encima más pesado que la piedra de Sísifo. Mi bostezo es tan fuete que tengo que dejar de ponerme de puntillas y parar de intentar poner la botella de vino en su sitio. Es irónico, el vino me trae el cansancio, y ahora soy yo quien tiene que poner el vino en su sitio.
—Vaya sueño ¿verdad?.
Se me corta el bostezo.
A mi lado hay una chica bajita, como yo. De hecho, ella tiene tan solo tres años más que yo. También viste el chaleco y la chapa del supermercado. A las dos nos han asignado a reponer hoy en vez de a caja.
Aileen suelta una risilla y me guiña un ojo. Estamos en la sección de licores rellenando los estantes. El lunes se quedó un tanto vacía.
Asiento, no me veo capaz de contestar.
—¿No será que el alcohol es quien te trae de cabeza?—la pregunta sale de sus labios mientras ella coloca latas de cerveza en la zona. Agarra una botella de vino cercana y la alza en mi dirección. ¿Pretende ser graciosa? Llevo una resaca tan grande encima que no me entero.
La miro y su sonrisa es un poco coqueta, lo que suaviza el intenso silencio incómodo.
—A mi perro le ha dado un ataque epiléptico— respondo volviendo a intentar poner la botella en su sitio.
Ella se ríe y agarra más mercancía para reponer. Su carro se está acabando, pero el mío sigue lleno.
—Vaya, que curioso— comienza con un tono de burla sin mal fondo—, resulta que a una conocida mía le ha dado cuentitis aguda y a tenido que venir más tarde a trabajar.
Me giro hacia ella y pauso por el momento mis intentos de dejar la botella en su sitio. No quiero sentirme ridícula por dar saltitos para llegar a la estantería que corresponde. Soy del tipo de empleado que le gusta ir en zapatillas sin plataforma para trabajar.
—Vamos Jackie, que ya nos conocemos, ¿te emborrachaste ayer?
Bufo y hago una mueca con la boca, la observo colocar las cosas en los estantes.
—No pasa nada por irse de fiesta de vez en cuando— continúa.
Al final esbozo una sonrisa aunque no represente como me siento.
—La version oficial es que a mi perro le ha dado un ataque epiléptico.
Escucho la risa de mi compañera y decido continuar mi trabajo. Dejaré la botella de vino para el final.
—Sabía que te iba la marcha, tienes cara de salir de fiesta muy a menudo— dice. No puedo evitarlo, me rio.
«¿En qué mundo?» me pregunto. Ayer me emborraché con un par de copas de vino en casa.
—Aileen, a mi perro le ha dado un... —insisto sonriendo, pero ella me corta.
—Si, si, tranquila, ya me ha quedado claro. He terminado con esta sección, me tengo que ir a otra, pero que sepas que no te vas a librar de mi tan fácilmente.
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El chico de las constelaciones en la espalda
RomanceJacqueline Clarke dejó la universidad el año pasado, y ahora su vida se ha vuelto un completo quebradero de cabeza: trabajar en la tienda; ayudar a Brittany con el embarazo y soportar a Dylan; y aprender a lidiar con el misterioso y guapo chico que...