𝕯𝖔𝖘

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Un repiqueteo constante me martilla la cabeza. El sonido de las gotas de agua que caen en alguna cubeta es lo que me despierta, al abrir mis ojos todo esta completamente oscuro, permanece así hasta que mis ojos se adaptan a la luz.

— No te levantes— me dice una voz femenina que no había escuchado jamás.

¿Qué sucedió?

Tengo una pregunta mejor: ¿Dónde carajos estoy?
La chica a mi lado parece leerme la mente pues responde a mi pregunta con un:

— Lo descubrirás mas adelante— o algo parecido a eso, aun no puedo escuchar bien a pesar del completo silencio que se encuentra en este sitio.

El olor a humedad inunda este lugar, muevo un poco las manos para sentir la superficie en la que estoy acostada, parece ser un simple colchón duro, un catre. La chica pasa su brazo por mi nuca alzando un poco mi cabeza, cosa que al parecer no puedo hacer por mi cuenta sin que me duela el cuello y ese dolor se expanda por mi espina dorsal; coloca un vaso de agua sobre mis pálidos y agrietados labios, tengo la dicha de por lo menos poder pasarla sin que me arda la garganta.

— Podrás incorporarte dentro de unos minutos— comprendo a lo que se refiere.

Estoy paralizada, pero viva o algo así, con la tenue luz que proviene de alguna parte puedo observar que el agua en el vaso no es transparente, es de un tono blanco con moronas de la pastilla molida flotando por ahí.

Giro mi cabeza un poco para ver a mi acompañante, esta sentada sobre una silla para niños, lleva una falda color crema con una blusa de tirantes muy delgada y transparente del mismo color, no puedo distinguir el color de su cabello pero parece ser castaño, es muy hermosa, su color de piel parece ser un tono mas oscuro que el mío, tal vez pasa mucho tiempo en el sol pues tiene marcada las mangas de alguna blusa en la parte inicial de sus brazos, sus ojos se fijan en los míos y me atraviesan con algo de tristeza.

— Intenta levantarte.

A diferencia de hace algunos minutos, ahora puedo poner mis brazos sobre el colchón y sentarme en el. No soy la única en este lugar, nueve cuerpos femeninos permanecen acostados sobre sus catres sin despertar aún.

Mi vista recorre con desesperación cada rincón del lugar de piedra, en busca de mi hermano. No está aquí.

Esto resulta un tanto repulsivo, parece ser una celda gigante, demasiado amplia, las paredes de piedra están llenas de moho, por ninguna brecha entra ni siquiera un rayo de luz, pero si agua, el techo gotea sin parar. A mi izquierda, otra chica emite un gruñido y se altera al no poder moverse, sus ojos se engrandecen por el miedo. Pensando en que quizás esta teniendo una pesadilla, la comprendo.

Mi acompañante va corriendo a ayudarla, aunque ella no quiera, no puede hacer nada cuando le tritura una pastilla y la vierte en el vaso con agua para después dárselo.

Yo bien podría correr por aquí, podría zafarle un tornillo a la base de metal y clavárselo en el cuello, pero no ganaría nada con eso, no se donde estoy, ni que abominaciones me esperan allá afuera.

— Yo lo hago— le digo, antes de que se ponga de pie, otra chica despertó.

Ellas despiertan una tras otra, algunas se mantienen calladas mientras que otras lloran o patalean cuando recuperan la movilidad. Las más pequeñas se cubren su cuerpo desnudo mientras se mecen de adelante hacia atrás con las rodillas al pecho.

Pareciera que todo esto es un sueño, una pesadilla.

— ¡Déjenme salir!— grita una en inglés, frente a la gran puerta de vidrio duro.

Prisionera de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora