𝕮𝖎𝖓𝖈𝖔

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Me mantengo lo más quieta que puedo mientras Coral trenza mi cabello, Genny dijo que el peinado obligatorio para todas son dos trenzas completas, ignoro la razón por la cual es el favorito del Jailer.

Le conté a medias lo que sucedió hace una semana con Candy, ella me explicó que cuando el foco en nuestra habitación se enciende es porque el Jailer quiere vernos, se supone que Juliet tenía que decírnoslo desde que llegamos. Eso explica la razón por la cual el jailer se apareció ese día, como nadie respondía a su llamado, fue a ver lo que sucedía.

— Tu cabello es muy lacio, se me resbala de las manos.

Entiendo la frustración que tiene, esa es una de las razones por las cuales no me peino, es muy difícil mantener mi cabello en su lugar. Ni siquiera las ágiles manos de mi hermana lograban mantener un peinado firme conmigo, pero Coral no es mi hermana, ella aprieta la trenza con cada vuelta que da, podría arrancarme el cuero cabelludo.

Volviendo al tema: a partir del día en que llamaron a Candy, el Jailer ha estado llamando a cada chica, ahora solo faltamos dos, Amely y yo, tal vez lo que diré no sea lo mas adecuado pero prefiero que sea ella en vez de mi. No me siento preparada, nunca lo estaré, uno nunca se puede preparar para esto y mucho menos si mi mente es un completo caos.

Me habían diagnosticado un trastorno de bipolaridad hace ya varios años pero no tengo tantos síntomas desde hace mucho, intento controlarme, intento no ser peligrosa para los que me rodean, pero ahora, con lo que puede llegar a pasarme es probable que termine estallando.

— Ya quedó, te ves preciosa.

En otras circunstancias habría tomado eso como un cumplido, pero esta vez no, porque se que no me veo así, ni siquiera se como luzco desde que llegue a este lugar. De seguro estoy demacrada y ojerosa, Coral solo intenta amortiguar el golpe de mis imperfecciones con las palabras.

Ella se sienta enfrente de mi, es mi turno para peinarla, cosa que me resultaría fácil si no lo tuviera muy rizado y si hubiera un cepillo a mi disposición, el cabello de Coral bien podría servir para poner un nido de pájaros, sin ofender.
Fuera de bromas su cabello es muy lindo en realidad. Intento cepillarlo con mis dedos, trato de no lastimarla pero no lo consigo, está muy enredado, no se molesta en disimular sus gruñidos ni sus muecas de dolor.
Termino haciéndole las trenzas muy chuecas y con cabellitos sueltos por doquier.

— Te ves preciosa.

— ¡Gracias!

A diferencia de ella, mis palabras no son una mentira, incluso con mi peinado mal hecho ella parece una joya divina. Se pone de pie y se estira haciendo crujir todo su cuerpo, parece liberarse de una tensión invisible.

— ¿Podrías dejarme sola un momento?

— Claro...

Lo que sea que está haciendo ha de ser una tradición de su lugar natal, parece ser algo similar al yoga, pero más espiritual supongo. Salgo de su habitación para ir a la mía, en donde, por tercera o cuarta vez consecutiva me siento miserable.
Tengo ganas de llorar sin razón alguna, al igual tengo unas ganas enormes de destruirlo todo, de desquitar mi ira con alguien o algo, cosa que no puedo hacer y eso me hace llorar del coraje que siento.

Afortunadamente todas están ocupadas haciendo algo como para notar que estoy hecha un ovillo llorando en mi cama. Nadie le presta atención a la bipolar de Laris.
Para terminar de rematar con mis ánimos, el foco de mi habitación comienza a parpadear, es hora de sentirte más miserable.

Es como si de repente todas notaran mi presencia, sus miradas expresan compasión y tristeza mientras camino por el pasillo, directo a mi muerte segura. Para distraerme, para no sentir sus miradas, repito en mi cabeza una y otra vez la única regla de Genny que importa. Haz lo que te diga, nunca lo contradigas, no te resistas, solo así sobrevivirás.

Prisionera de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora