𝖁𝖊𝖎𝖓𝖙𝖎𝖚𝖓𝖔

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Deje de escuchar las quejas de Rose en cuanto caí rendida en mi cama, las manos y los pies me estaban matando como nunca antes, sentí que se me desprenderían del cuerpo en cualquier momento con tan solo un ligero movimiento que hiciera. Rose estaba muy preocupada por mi desde que Luciana me sacó del comedor enfrente de todas, creyó que quizás me utilizaría como blanco para sus practicas de tiro, mi amiga no pudo hacer más que solo preocuparse, sabía que si intentaba buscarme la regañarían y sería malo para ambas.

Comimos unas cuantas naranjas antes de ir a dormir, no le quise hablar acerca de Kirn porque estaba cansada y no quería escuchar sus chillidos de felicidad por haber conocido a otro chico, según ella atraigo a quien sea que se me acerque.

Escondo mi canasta frutal debajo de la cama para después entrar en la ducha; el agua caliente me relaja más de lo que creí, la tensión de la fiesta de cumpleaños del príncipe se siente pesada sobre mis hombros pues quieren que todo salga a la perfección, lo cual es de esperarse. Me sumerjo por completo en la tina, veo en la superficie como la espuma con burbujas flota sobre mi, el foco en el techo se ve muy distorsionado, se mueve al ritmo del agua hasta que salgo de nuevo por la falta de oxígeno en mi sistema.

Dos toques en la puerta son la clara señal de Rose de que ya va siendo hora de despedirme de la deliciosa agua caliente, al envolver mi torso en la toalla no puedo evitar sentir un poco de frío, el aire fresco entra por una ventanilla en la pared, la dejo abierta para que el vapor se salga y no se cree humedad aquí dentro; mi uniforme nuevo para el evento de hoy está planchado colgado de un gancho sobre el espejo, Rose está sentada sobre su cama mientras se pone crema en las piernas.

Ambas salimos cuando estamos listas pero nos vemos en la desagradable necesidad de tomar caminos distintos por nuestras distintas tareas. Espero que después de todo ese rollo del baile pueda retomar mis actividades al lado de Rose, esto de estar separadas me desespera porque me siento dentro de un estado de ansiedad al no saber lo que sucede con mi amiga; en otras circunstancias eso probablemente sería excesivo, parecería algo toxico el querer saber todo de una persona pero aquí es así, uno nunca sabe cuando será la última vez que verás a alguien con vida dentro del palacio.

Reviso la hoja por detrás para ubicarme en el lugar, según esto y si mal no me equivoco estoy cerca de la puerta que da directo al jardín, debo tender ropa y regar flores, algo fácil para comenzar el día. Me siento un poco confundida cuando salgo al jardín, no es tan bonito como el que teníamos en la jaula pero tampoco está tan mal, el sol parece ser nuestro amigo hoy pero su calor choca con las fuertes ventiscas de aire frío, el invierno está mas cerca de lo que parece.

Tres cestos de ropa yacen en el suelo cuando me doy vuelta al querer volver adentro; mis pobres dientes castañean al igual que mi cuerpo tiembla de frío, la ropa húmeda me entume los dedos y maldigo mentalmente a la persona que me asigno esta tarea. Creo que el señor elegante ya esta lo suficientemente maldito.
Termino de tender una hilera de ropa, sonrío por este gran éxito, ahora solo faltan tres mas...

Unas risitas infantiles captan mi atención, del otro lado del jardín están una niña y un niño jugando a la casita con ramas de árboles y hojas secas, corren sin parar por todo el lugar, la niña toma lodo en sus manos para después servirlo en un trozo de madera fingiendo que es un pastel de chocolate; continúo en lo mío al ver que no corren peligro alguno jugando por ahí, tarareo una canción que repentinamente recordé, in my blood de Shawn Mendes escapa de mis labios mientras extiendo las sábanas sin que toquen el césped para no mancharlas. Siento como algo jala mi uniforme por un costado, al bajar mi vista me encuentro con el niño mirándome fijamente mientras sostiene la tela entre sus manos lodosas... demonios.

— Tus ojos dorados son los mas bellos que he visto nunca...— dice en una voz dulce y tranquila, frunzo un poco el entrecejo pero me doy cuenta de que está jugando conmigo, nunca he tenido los ojos dorados— ¿Puedo tocarlos?

Prisionera de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora