CAPÍTULO 3

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Era domingo, uno de los pocos días que Paola tenía libres, generalmente los domingos ella se quedaba en casa para curarle la resaca a su padre, ya que acostumbraba beber desde el viernes por la noche hasta el sábado de madrugada. Pero ese día su padre había llegado a casa más tarde de lo acostumbrado y dormía la cruda tendido en el sofá, para ella era ya demasiado peso sostener económicamente a su pequeña familia, incluidos los vicios de su padre, como para también cargar con la preocupación de esperarlo e incluso buscarlo de bar en bar como si él fuera un adolescente rebelde.
Estaba cansada físicamente, agotada mentalmente, salió de casa caminando sin rumbo fijo, abrazando algo que para ella era su único escape en momentos así, un libro de su tan admirado escritor. Subió una colina, con pasos pausados, mirando el verdor del paisaje, entre árboles, arbustos y césped, sintiendo el aire fresco de la mañana, respirando la humedad de la vegetación, oyendo el alegre trinar de las aves. Llegó a la cima y se sentó sobre una enorme roca, desde ahí se podía ver casi toda la ciudad, contempló todo suspirando, era una de las cosas que más amaba, la naturaleza pura y la compañía de un buen libro. Con ambas manos lo abrió, lo acercó a su rostro para olerlo, podían decirle loca, pero le encantaba el olor de las páginas, al punto de sonreír y cerrar los ojos al percibir el aroma.
"Cada despedida es diferente, casi siempre dolorosas, pero algunas duelen por siempre, se quedan en el alma y se repiten a diario en la memoria, pero sin importar el tiempo transcurrido lastiman tanto como la primera vez. Dicen que recordar es volver a vivir, pero a veces es volver a morir infinidad de veces, porque el recuerdo regresa como un fantasma cada noche en las pesadillas y como una puñalada de triste realidad durante el día".
- ¿Por qué tus escritos son tan tristes de repente? -le preguntó al libro, había notado que últimamente las obras de su escritor denotaban melancolía, hablaban de despedidas y amores no correspondidos.
Escuchó un crac, el sonido de ramitas quebrándose, se sobresaltó y cerró el libro. Ella podía ser muy tímida, pero también era curiosa, aguzó los sentidos y oyó una melodía, una voz masculina entonando muy bajito una triste canción, se dispuso a averiguar de dónde provenía aquel sonido y se dirigió hacia donde comenzaba un espeso bosque. Lo más sigilosamente posible llegó a un claro, se escondió detrás de un árbol y vio a alguien sentado en el suelo, con ambos codos apoyados sobre sus rodillas, al costado de un riachuelo, musitaba una canción como si sólo fuera para él, contempló su espalda ancha, sus cabellos desordenados, vestía camisa blanca arremangada en los fuertes antebrazos y con los primeros dos botones abiertos, pantalones blancos también arremangados elegantemente, sandalias y un reloj que parecía muy caro.
El hombre parecía no mirar a ningún lugar, tenía la mirada perdida, ausente, si no fuera porque movía sus labios habría estado totalmente estático. De repente se movió, dirigió una de sus manos a uno de sus bolsillos en el pantalón, sacó un papel doblado y lo abrió, lo contempló por unos largos minutos en los que parecía leerlo repetidas veces, ella notó como se le hizo un nudo en su garganta por el movimiento en su manzana de adán, después de lo que pareció un momento muy largo él arrugó el papel en su puño, cerrando los ojos fuertemente, suspiró, abrió los ojos con determinación y rompió la hoja de papel en muchos pedazos y tiró cada pedacito en el riachuelo, observando cómo el agua se llevaba aquello. Se puso de pie y Paola contuvo la respiración para no ser descubierta, pero cuando el hombre volteó su rostro hacia ella, casi se le sale un grito. Sus ojos no daban crédito a lo que veían, hizo esfuerzos sobrehumanos para no moverse de ahí mientras que su corazón galopaba desbocado en su lugar.
El hombre de blanco se arregló la camisa y se alejó de aquel lugar a pasos pausados y la cabeza gacha. Ella esperó un poco más para hacer algún movimiento, cuando estuvo segura de que él estaba lo suficientemente lejos para no oírla, soltó todo el aire que había estado conteniendo, apoyó la espalda en el tronco del árbol donde se había escondido y se dispuso a ver la anteportada del libro que abrazaba y miró aquella foto con la boca abierta y los ojos como platos sin poder creer que aquél hombre que oyó cantar tan tristemente a tan pocos metros de distancia, era nada más ni nada menos que su escritor favorito, Jang Keun Suk...

MI ÁNGEL, MI INSPIRACIÓN /Jang Keun Suk♥️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora