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—¿Te confieso algo?
El castaño asintió.
—Me caes mal —dijo el rizado recostándose sobre el pecho del menor con delicadeza.
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—¿Qué...por? —Preguntó con asombro al pasar su brazo sobre los hombros del mayor y comenzar a darle mimos a su cabellera rizada.
—Por abandonarme por mas de un mes, sin darme señales y llegar así como así —reclamo—. Te aprovechas de mi solo porque te quiero.
El castaño asintió en confirmación y con una sonrisa en sus labios.
—Pendejo —dijo el rizado antes de besar los labios del otro.
Joaquín recargó su mentón delicadamente sobre la cabeza del mayor, pero sin dejar de acariciar la melena rizada. Ambos permanecieron en completo silencio, mientras Emilio disfrutaba de las caricias que le daba su castaño, Joaquín disfrutaba del olor de su cabello.
—Vamos por un elote —pronunció después de varios minutos en aquella posición.
—¿Que? —preguntó a levantar su cabeza y mirarlo con asombro—, ¿quieres un elote a las cuatro de la mañana? Ya debe de estar cerrado, pero si quieres vamos.
Joaquín negó.
—Moco, no te entiendo.
—Esa es la contraseña de las cuentas —sonrió—, vamos por un elote —repitió—, todo junto, la "m" de vamos en mayúscula y las demás en minúsculas.
—¿Es neta? —cuestionó incrédulo.
El rizado se separó de los brazos de Joaquín y se sentó en la cama.
Emilio no podía creer que le había confiado las cuentas a Joaquín y que él haya optado por poner esas contraseñas.