Mi carga y mi razón (Kamijirou)

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Kaminari había causado demasiados daños a su propio cuerpo.

Su cerebro se había sobrecalentado de tal manera que sus neuronas debian volver a encontrarse.

Era un proceso lento y no por ello indoloro.

No estaba en las condiciones.

Ya no servía para nada en esa situación.

No podia usar el sentido de la vista. Sus ojos solo veían el profundo progresivo oscurecer de su mirada.

Su sentido del tacto estaba adormilado, apenas podia sentir ciertas cosas.

El olfato solo distinguia el olor de su propia sangre.

Su sentido del sabor estaba totalmente anulado.
Un empalagoso sabor a metal.

Solo podía fiarse de sus sangrantes timpanos.

Cuando calló el earphone Jack de Jiro.
Susurró inconscientemente.
-Desgraciado-

Despues, tres disparos que crearon una sensación de vacio en su corazón, que desapareció al escuchar tenuemente la voz de Snipe.

Muchos disparos y chirridos metalicos.

¿Snipe peleaba contra el enmascarado?

Su único sentido activo era castigado con irritantes disparos y chirridos que para él era como oír un tenedor rozar un plato, un tiza partirse sobre la pizarra.

Una sensación desagradable en general.

Pero siguió escuchando.

-¡Fuera de aqui niña!- ordenó Snipe.

Se referiría a Kyoka, seguro.

Al menos ella podría escapar y eso le bastaba.

Pero notó que se elevaba del suelo.

¿Por qué?

¿Quien estaría tan loco para cargarle en ese estado?

Nadie podría sostenerle, se electrocutaría.

Los sostenían unos brazos que temblaban por las continuas descargas recibidas.

Reconocía ese tacto.

Era la piel de Kyoka.

-¡Dejale!

Pensó que esa era la mejor opción.
Dejarle, Kyoka debía vivir, él era demasiado idiota para ello.

Entonces la piel de Koyka dejó de temblar.

-Ni de coña- escuchó el leve susurro de su pareja.

Se movían con relativa rapidez y los disparos se escuchaban cada vez más lejos.

-Kyoka...- susurró Kaminari.

-¡Callate idiota!- le ordenó Jiro con unas lagrimas que brotaron instantáneamente al escuchar la voz del chico mientras se concentraba en correr lo más rapido que le permitíanlas piernas. Sin importarle en absoluto todas las personas que al verlos salían corriendo o hacían un inutil amago por preguntar que les sucedía.

Un destacamento de soldados percibieron su extraño e inusual comportamiento y fueron tras ellos con mecanico y firme paso.

Sus pisadas retumbaban sobre los charcos de agua que se formaban por la débil lluvia.

Empezó a llover más fuerte.

El agua se deslizaba sobre su metalica piel y la hacían relucir a la luz de las lamparas con un mortecini color plateado.

BNHA: Amor entre las adversidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora