🍁CAPÍTULO TRES

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Jeidan

Bajo hacia el sótano del palacio, involuntariamente, en este lugar he ocultado a los duendes y a las hadas. No niego, que me duele tener a esas inocentes criaturas encerradas en un sótano oscuro y sin ventanas, pero no puedo decepcionar a mi reino y mucho menos a mi familia.

Mi deber como príncipe era asesinarlos después de cazarlos, debido al poder que les atribuyen a los vampiros, tan solo con una gota de sangre de un hada o duende, un vampiro se convierte en un ser muy poderoso: Esa sangre es la razón de su inmortalidad y por ello es que no envejecen como mi raza, aunque sin la sangre de esas criaturas... ellos no son superiores a la fuerza de la manada.

Antes de abrir la puerta del sótano, tomo uno de los candelabros colgados en la pared de piedra y comienzo a bajar las escaleras. Al bajar comienzo a escuchar los sollozos de las hadas,  quizás debido a la sed y el hambre, y con la poca iluminación del candelabro escudriño como los duendes se abrazan a si mismos por el frío.

Siento una punzada de dolor en el pecho. «¿Cómo pude olvidarme de darles de comer y de darles mantas para que puedan abrigarse?», medito en mi subconsciente. Estuve tan concentrado en mis planes de guerra que me olvidé de ellos. No puedo cargar yo solo con esta responsabilidad, especialmente ahora, que siempre estoy ausente en el palacio. Tengo que buscar a alguien de confianza para que procure el bienestar de estas inofensivas criaturas.

Camino hacia una puerta de madera que está en el sótano. Entro la llavecita en la cerradura y al fin ingreso en la habitación de antídotos. A mi difunto hermano, Sebastián, le encantaba hacer experimentos y siempre le importó el bienestar de las otras especies, y por eso, es que yo intento ser como él.

Tomo un antídoto para regenerar las alas de Ilimidis y me marcho de la bodega dejando todo cerrado. Me he dilatado en el sótano y por eso debo apresurarme.

Llego hacia el lugar en donde dejé a Talina pero ella no está, de manera que, comienzo a caminar por todos los alrededores del castillo sin parar de buscarla con la mirada. Reviso por doquier y la encuentro tirada entre un montón de pajas en la caballeriza. Me quedo perplejo al verla, desordenándose el cabello con frustración.

—Por favor, no me veas en este estado —dice ella sin mirarme.

Me pregunto: «¿Cómo se habrá dado cuenta Talina de que entré a la caballeriza, si entré en absoluto silencio?».

Desviando mi pensamiento y la petición de ella. Me siento a su lado y acaricio su espalda.

—Sea lo que sea que te tiene frustrada, no dejes que te enloquezca. Algún día encontrarás las respuestas para todas tus preguntas y si es un problema encontrarás la solución —digo intentando consolarla—. Yo siempre he tratado de encontrar a la persona que asesinó a mi hermano mayor, pero todo lo investigo con calma y paciencia. Nunca he perdido la cordura ante mis problemas —le confieso mi problema para que ella pueda desahogarse.

—Lo siento mucho por tu pérdida. Te compadezco. Especialmente porque también sufrí la pérdida de un hermano, pero mi frustración no tiene que ver con una venganza —dice Talina observando a la nada. Su mirada estaba perdida como si tratara de recordar algo.

—¿Sabes lo qué es, no poder recordar nada de tu infancia? —continúa hablando con amargura—. No poder recordar a las personas que estuvieron contigo en esos años de tu vida, no poder recordar ¿cuál fue el último plato de comida después de ese día? Aquel día en el que desperté en mi habitación sin recordar nada.

Talina dibuja en su rostro una sonrisa triste y guarda silencio. Estaba a punto de decirle algo pero ella me interrumpe.

—Jeremy fue quien me hizo saber quién era yo en realidad —dice ella con un brillo en sus ojos—: Dijo que yo era muy traviesa y que desde que tenía siete años me escapaba del palacio... Siempre regresaba con ramas en mi cabello o embarrada de lodo. Eso dijo mi Jeremy.

Tres reinos en guerra 🍁Editando🍁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora